La DC y el golpe militar
CUATRO décadas son tiempo suficiente para empezar a poner en perspectiva histórica los acontecimientos vividos por el país desde comienzos de los 70. Es razonable que las nuevas generaciones ayuden a los actores políticos a matizar las miradas y a moderar las pasiones que envolvieron esos hechos. Es legítimo también que los protagonistas directos puedan contextualizar el rol que tuvieron, precisar las posiciones defendidas, e incluso reconocer errores y aceptar que, con el pasar de los años, han modificado algunas de las convicciones defendidas. Todos estos procesos forman parte de la propia historia, de cómo el tiempo ayuda a aquilatarla y la convierte al fin en una herencia colectiva, que puede ser conversada y compartida, aunque se sigan manteniendo sobre ella posiciones distintas.
Pero una cosa muy diferente es lo que pretenden hacer hoy sectores de la DC, que reivindicando un do- cumento histórico firmado por 13 personalidades del partido -y donde se condena con dureza el golpe militar- busca transformarlo, 40 años después, en la ‘posición oficial’ de la colectividad frente a dicho desenlace. En rigor, eso escapa a un reexamen legítimo de la posición sustentada por la DC frente al golpe de Estado del 73. Y escapa porque, en los hechos, lo que se intenta con ello es encubrir una realidad histórica, disfrazándola ahora desde el presente como algo que no es y nunca fue. Los acontecimientos del pasado no pueden ser ignorados o deformados por los cambios de opinión que impone la perspectiva del tiempo. Estos cambios de opinión son legítimos y hay que valorarlos en la medida en que se asumen como tales, y no como un esfuerzo por tapar una verdad y construir una ‘historia oficial’ distinta desde el presente. Eso es hacerle trampas a la historia y hacérselas también a las nuevas generaciones de hoy y de mañana, que tienen derecho a saber cuál fue el rol y la posición que cada uno asumió cuando situaciones tan trascendentes para la vida del país estaban en curso.
La carta de los 13 puede merecer hoy todo el reconocimiento de la DC, ser reivindicada con pleno derecho por su valor moral y convicción democrática. Pero ella no fue en el momento de ser redactada y firmada la ‘posición oficial’ del partido frente al golpe militar. No fue suscrita ni avalada por Patricio Aylwin, presidente en ese momento de la colectividad; ni por Frei Montalva, el principal líder y referente político en esos años. Más aún, ambos personeros expresaron posiciones divergentes con el contenido de dicha carta, como queda en evidencia en las entrevistas y documentos emitidos por ellos para explicar su posición. La carta de los 13 fue en verdad la expresión de una ‘disidencia minoritaria’, respecto de la cual la línea oficial del partido mantuvo durante mucho tiempo distancia. Y esa distancia es la que permite enten- der que personeros de la DC participaran en los primeros años en el gobierno militar con el aval del partido o, al menos, sin reproche ni sanciones; y que otros como Frei Ruiz-Tagle tuvieran la posibilidad de hacer donaciones públicas al proceso de ‘reconstrucción nacional’ llevado adelante por la Junta, sin recibir cuestionamiento ‘oficial’ alguno.
Que la DC busque hoy reivindicar una posición en ese entonces minoritaria es perfectamente legítimo. Pero lo que es francamente inaceptable es que una posición que fue minoritaria y que contrastó con la defendida por los principales líderes de la DC en ese momento, quiera hacerse pasar ahora por la ‘posición oficial’ del partido en aquellos tiempos. Eso habla más bien de un frío oportunismo, de una voluntad ‘revisionista’ que sólo busca desfigurar hechos y posiciones, que para suerte o desgracia de sus autores, quedarán indeleblemente formando parte de nuestro pasado y de sus herencias.