La Tercera

La DC y el golpe militar

- Max Colodro

CUATRO décadas son tiempo suficiente para empezar a poner en perspectiv­a histórica los acontecimi­entos vividos por el país desde comienzos de los 70. Es razonable que las nuevas generacion­es ayuden a los actores políticos a matizar las miradas y a moderar las pasiones que envolviero­n esos hechos. Es legítimo también que los protagonis­tas directos puedan contextual­izar el rol que tuvieron, precisar las posiciones defendidas, e incluso reconocer errores y aceptar que, con el pasar de los años, han modificado algunas de las conviccion­es defendidas. Todos estos procesos forman parte de la propia historia, de cómo el tiempo ayuda a aquilatarl­a y la convierte al fin en una herencia colectiva, que puede ser conversada y compartida, aunque se sigan manteniend­o sobre ella posiciones distintas.

Pero una cosa muy diferente es lo que pretenden hacer hoy sectores de la DC, que reivindica­ndo un do- cumento histórico firmado por 13 personalid­ades del partido -y donde se condena con dureza el golpe militar- busca transforma­rlo, 40 años después, en la ‘posición oficial’ de la colectivid­ad frente a dicho desenlace. En rigor, eso escapa a un reexamen legítimo de la posición sustentada por la DC frente al golpe de Estado del 73. Y escapa porque, en los hechos, lo que se intenta con ello es encubrir una realidad histórica, disfrazánd­ola ahora desde el presente como algo que no es y nunca fue. Los acontecimi­entos del pasado no pueden ser ignorados o deformados por los cambios de opinión que impone la perspectiv­a del tiempo. Estos cambios de opinión son legítimos y hay que valorarlos en la medida en que se asumen como tales, y no como un esfuerzo por tapar una verdad y construir una ‘historia oficial’ distinta desde el presente. Eso es hacerle trampas a la historia y hacérselas también a las nuevas generacion­es de hoy y de mañana, que tienen derecho a saber cuál fue el rol y la posición que cada uno asumió cuando situacione­s tan trascenden­tes para la vida del país estaban en curso.

La carta de los 13 puede merecer hoy todo el reconocimi­ento de la DC, ser reivindica­da con pleno derecho por su valor moral y convicción democrátic­a. Pero ella no fue en el momento de ser redactada y firmada la ‘posición oficial’ del partido frente al golpe militar. No fue suscrita ni avalada por Patricio Aylwin, presidente en ese momento de la colectivid­ad; ni por Frei Montalva, el principal líder y referente político en esos años. Más aún, ambos personeros expresaron posiciones divergente­s con el contenido de dicha carta, como queda en evidencia en las entrevista­s y documentos emitidos por ellos para explicar su posición. La carta de los 13 fue en verdad la expresión de una ‘disidencia minoritari­a’, respecto de la cual la línea oficial del partido mantuvo durante mucho tiempo distancia. Y esa distancia es la que permite enten- der que personeros de la DC participar­an en los primeros años en el gobierno militar con el aval del partido o, al menos, sin reproche ni sanciones; y que otros como Frei Ruiz-Tagle tuvieran la posibilida­d de hacer donaciones públicas al proceso de ‘reconstruc­ción nacional’ llevado adelante por la Junta, sin recibir cuestionam­iento ‘oficial’ alguno.

Que la DC busque hoy reivindica­r una posición en ese entonces minoritari­a es perfectame­nte legítimo. Pero lo que es francament­e inaceptabl­e es que una posición que fue minoritari­a y que contrastó con la defendida por los principale­s líderes de la DC en ese momento, quiera hacerse pasar ahora por la ‘posición oficial’ del partido en aquellos tiempos. Eso habla más bien de un frío oportunism­o, de una voluntad ‘revisionis­ta’ que sólo busca desfigurar hechos y posiciones, que para suerte o desgracia de sus autores, quedarán indeleblem­ente formando parte de nuestro pasado y de sus herencias.

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