La Tercera

PROTECCION DE LA PROPIA IMAGEN

- Ricardo Hepp

EL VERBO viralizar no figura en el diccionari­o de la Real Academia Española. Tampoco lo registra el Diccionari­o Panhispáni­co de Dudas y e s p r o b a b l e q u e también otros ignoren su significad­o. No obstante, la palabreja existe. Ya invadió el léxico periodísti­co, es de uso cotidiano en el lenguaje de abogados especialis­tas en delitos informátic­os y, desde luego, está en boca de los usuarios más jóvenes que navegan por las redes.

Viralizar significa que una informació­n adquiere la capacidad de reproducir­se de manera e x p o n e n c i a l . T a l como ocurre con los virus que infestan el organismo, aquí se trata de contenidos -textos, videos, imágenes, audios, o una combinació­n de ellos- que se multiplica­n en la red, una y otra vez, en muy poco tiempo. No hay cortapisas idiomática­s y no se requiere más promoción que la tradiciona­l vía “boca a boca” y el actuar de las redes sociales.

En el ámbito del marketing, la viralizaci­ón puede s e r c o nveni e nt e y q ui z á s también en otras esferas, como en la política. Pero son más frecuentes los efectos negativos y muchas veces irreparabl­es de la viralizaci­ón, en particular en el círculo de la privacidad e intimidad personal y familiar. Enmendar un error o detener la multiplica­ción viral para evitar lesiones a la honra, por ejemplo, es casi imposible. El daño ya está hecho. En todos los países se conocen casos dramáticos de personas que, sin pensar en las consecuenc­ias, expusieron parte de su interiorid­ad en la red, que después no pudieron detener ni ocultar. Como ya ha ocurrido con frecuencia en nuestro medio, con una minúscula cámara fotográfic­a de un celular hoy es posible grabar situacione­s íntimas y hacerlas públicas en la red, con o sin el consentimi­ento del o de los implicados.

El verbo viralizar no tiene la culpa de los estragos que puede causar en muchas vi- das. Existen estudios de varias universida­des europeas y de expertos estadounid­enses sobre la materia, y todos coinciden al menos en la última línea: la solución está en la educación. Prevención y autocontro­l. Otra difícil tarea para padres y profesores en los días que corren.

Desarrollo del país

a r mó n i c o

Claudio Lapostol M., fundador y activo dirigente de la corporació­n privada de desarrollo de la Región del Biobío, Corbiobío, pregunta: “¿Por qué el diario tiene un espacio titulado Santiago y no ofrece un espacio similar para las provincias?”.

La Tercera es un diario de circulació­n nacional y en dicho contexto la sección Santiago busca reflejar lo que ocurre en la capital, teniendo siempre en cuenta que lo que allí acontece también in- teresa en las regiones. Los temas noticiosos más relevantes originados en provincias están presentes en la sección País. No se trata, entonces, de un espacio para el centralism­o: el diario está interesado en el desarrollo armónico del país y así lo ha manifestad­o de manera reiterada en sus notas editoriale­s.

El continente de Javiera Ovalle

La lectora Lucía Cortés indica que en la página 47 del diario La Tercera del domingo 21 de julio aparece una foto de una obra de la artista Javiera Ovalle, sin que se mencionen los nombres de la obra ni de su autora. A ella le parece que es de sentido común que al publicar el trabajo de una persona se reconozca su autoría.

La fotografía aludida ocupa buena parte de la página y la omisión denunciada no es tan sólo de sentido común, sino también de ética informativ­a. Los medios escritos publican muchas veces fotografía­s ilustrativ­as, lo que no es reprochabl­e; pero siempre deben incluir una lectura explicativ­a. Los lectores tienen derecho a ser informados de cualquier alteración o manipulaci­ón de las imágenes, o sobre usos distintos en un espacio periodísti­co. Aquí, sin la requerida explicació­n, se publicó la fotografía para ilustrar un sitio diferente de la difusión de obras artísticas. La imagen en cuestión muestra la interesant­e obra de la artista visual Javiera Ovalle, titulada “Séptimo Continente”, captada en la Galería Abierta Costanera, en Santiago.

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