PROTECCION DE LA PROPIA IMAGEN
EL VERBO viralizar no figura en el diccionario de la Real Academia Española. Tampoco lo registra el Diccionario Panhispánico de Dudas y e s p r o b a b l e q u e también otros ignoren su significado. No obstante, la palabreja existe. Ya invadió el léxico periodístico, es de uso cotidiano en el lenguaje de abogados especialistas en delitos informáticos y, desde luego, está en boca de los usuarios más jóvenes que navegan por las redes.
Viralizar significa que una información adquiere la capacidad de reproducirse de manera e x p o n e n c i a l . T a l como ocurre con los virus que infestan el organismo, aquí se trata de contenidos -textos, videos, imágenes, audios, o una combinación de ellos- que se multiplican en la red, una y otra vez, en muy poco tiempo. No hay cortapisas idiomáticas y no se requiere más promoción que la tradicional vía “boca a boca” y el actuar de las redes sociales.
En el ámbito del marketing, la viralización puede s e r c o nveni e nt e y q ui z á s también en otras esferas, como en la política. Pero son más frecuentes los efectos negativos y muchas veces irreparables de la viralización, en particular en el círculo de la privacidad e intimidad personal y familiar. Enmendar un error o detener la multiplicación viral para evitar lesiones a la honra, por ejemplo, es casi imposible. El daño ya está hecho. En todos los países se conocen casos dramáticos de personas que, sin pensar en las consecuencias, expusieron parte de su interioridad en la red, que después no pudieron detener ni ocultar. Como ya ha ocurrido con frecuencia en nuestro medio, con una minúscula cámara fotográfica de un celular hoy es posible grabar situaciones íntimas y hacerlas públicas en la red, con o sin el consentimiento del o de los implicados.
El verbo viralizar no tiene la culpa de los estragos que puede causar en muchas vi- das. Existen estudios de varias universidades europeas y de expertos estadounidenses sobre la materia, y todos coinciden al menos en la última línea: la solución está en la educación. Prevención y autocontrol. Otra difícil tarea para padres y profesores en los días que corren.
Desarrollo del país
a r mó n i c o
Claudio Lapostol M., fundador y activo dirigente de la corporación privada de desarrollo de la Región del Biobío, Corbiobío, pregunta: “¿Por qué el diario tiene un espacio titulado Santiago y no ofrece un espacio similar para las provincias?”.
La Tercera es un diario de circulación nacional y en dicho contexto la sección Santiago busca reflejar lo que ocurre en la capital, teniendo siempre en cuenta que lo que allí acontece también in- teresa en las regiones. Los temas noticiosos más relevantes originados en provincias están presentes en la sección País. No se trata, entonces, de un espacio para el centralismo: el diario está interesado en el desarrollo armónico del país y así lo ha manifestado de manera reiterada en sus notas editoriales.
El continente de Javiera Ovalle
La lectora Lucía Cortés indica que en la página 47 del diario La Tercera del domingo 21 de julio aparece una foto de una obra de la artista Javiera Ovalle, sin que se mencionen los nombres de la obra ni de su autora. A ella le parece que es de sentido común que al publicar el trabajo de una persona se reconozca su autoría.
La fotografía aludida ocupa buena parte de la página y la omisión denunciada no es tan sólo de sentido común, sino también de ética informativa. Los medios escritos publican muchas veces fotografías ilustrativas, lo que no es reprochable; pero siempre deben incluir una lectura explicativa. Los lectores tienen derecho a ser informados de cualquier alteración o manipulación de las imágenes, o sobre usos distintos en un espacio periodístico. Aquí, sin la requerida explicación, se publicó la fotografía para ilustrar un sitio diferente de la difusión de obras artísticas. La imagen en cuestión muestra la interesante obra de la artista visual Javiera Ovalle, titulada “Séptimo Continente”, captada en la Galería Abierta Costanera, en Santiago.