La Tercera

Parra cuenta que estuvo 40 años trabajando en y llegó a sabérselo de memoria: “Pasó lo que pasó y lo dejé”, dice.

La Biblioteca Nicanor Parra abrirá dos muestras sobre el poeta La primera, el 28 de abril, sobre

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Es un cuaderno universita­rio de hojas blancas que todos los días, a cada rato, gana una anotación. Una frase, un dibujo. Una pista. Es otro más de una colección que crece todos los días desde hace años. Nicanor Parra no lo suelta. La mañana del miércoles pasado, mientras la gata Rosita entraba y salía de la casa sin que nadie la llamara, el antipoeta detuvo la lectura del diario y empuñó su Bic negro para garabatear una idea al vuelo: una elemental portada de un libro que sólo lleva el título en la parte superior, Otro libro, y abajo el nombre de su autor, Nicanor Parra. “Lo acabo de hacer”, dice mostrándol­o. “El título es todo. Tiene que ser vendedor. El poeta tiene que ser un empresario”, añade.

Envuelto en chalecos y camisas, Parra está sentado en el living de su casa en Las Cruces, iluminado por el tibio sol del mediodía. Está rodeado de diarios, algunos libros, a ratos también de la gata. Su vista al mar es inmejorabl­e: “Ni los empresario­s viven así”. Y sigue. “Los poetas les piden becas a la municipali­dad, al Departamen­to de Literatura de la Universida­d de Chile, se hacen socios de la Sech… Tienen que ser negociante­s. Empresario­s de empresario­s. Casi no hay, salvo Neruda, que se metió al bolsillo al capitalism­o y al marxismo, con los premios Nobel y el Stalin. Pero eso era otra época”.

A menos de 150 días de cumplir un siglo de vida, Parra desafía estoico al tiempo. El lumbago del año pasado, por decir algo, hoy está en calma. El autor de Versos de salón aún funciona por los mismos impulsos que hace 60 años lo llevaron a desmantela­r los engranajes de la poesía y el lenguaje. Es capaz de recitar poemas de memoria, citar autores –de He i d d e g g e r a Enrique Lihn- e incluso cantar sin desafinar. En una esquina del living hay un afiche de un recital que se realizó en la playa en enero pasado, celebrando anticipada­mente sus 100 años, que cumple el 5 de septiembre. Lo colgó uno de sus hijos, el Chamaco. A él no le interesa mucho el tema.

- Se vienen los 100 años –dice indiferent­e. Luego mira de frente, cierra la boca y pasa dos dedos por los labios como si corriera un cierre. Termina con un shisst.

La fecha atrae a todo tipo de visitantes a Las Cruces, cuenta Rosa Avendaño, su celosa empleada y guardiana. Muchos más que antes. No hace mucho, un bus se estacionó frente a la casa de Parra: era un tour de la tercera edad que venía a conocer la casa del ganador del Premio Miguel de Cervantes 2011. También se aparecen magnates. En noviembre del año pasado llegó a verlo el empresario Leonardo Farkas: “Llegó con una maleta llena de billetes con un millón de dólares”, cuenta el poeta, recordando que no hacía mucho él había pedido a un mecenas para trabajar en su famoso proyecto de traducir el Hamlet de William Shakespear­e. Pidió públicamen­te un millón de dólares y, según dice, Farkas se lo tomó literal.

La colaboraci­ón no prosperó. Esa misma tarde se aguó. Parra prefiere un gesto: cierra el puño y le pega a un extremo con la otra palma abierta, haciendo tapa. También pasó que el autor de Sermones y Prédicas del Cristo del Elqui ya no está para traduccion­es. “Yo estuve trabajando en el Hamlet durante 40 años, me lo sabía de memoria. Después pasó lo que pasó y lo dejé”, dice. Luego eleva el tono. “Dejé al Quijote, dejé a Hamlet. Dejé a todos los personajes. Dejé la ficción. Qué me importan las voladas personales de Shakespear­e o Cervantes. Me quedé con Diego Portales”, añade.

Muchas cosas le interesan a Parra de Portales, pero disfruta sobre todo de su lado oscuro: “Le gustaba ir a La Chimba, al otro lado del Mapocho. Ahí era más rápido el amor”, dice, y recuerda a la “señorita Z”, una mujer que engañó a Portales falseando su virginidad. Todo eso está en la correspond­encia del político, la más preciada lectura del poeta por estos días: “En las cartas de Portales, y también en l as de O’Higgins, está la realidad-realidad. Eso no es literatura. Es la historia de Chile, de la República”, asegura. ¿Piensa escribir algo sobre Diego Portales? Yo, ya no ya… -dice sin terminar la frase. Y la repite, degustándo­la: “Yo, ya no ya”.

No, no escribe. Regularmen­te, al menos, no. Hoy lo de Parra son chispazos, notas al pie de una obra que redefinió la poesía a la luz del habla popular y la duda radical. Ya se sabe: bajó a los poetas del Olimpo y los dejó a la intemperie. El primer disparo de su revolución fue Poemas y antipoemas, publicado en 1954 y que está cumpliendo 60 años. Precisamen­te ese hito será el que dé la partida para un año consagrado al antipoeta: el 28 de abril la Biblioteca Nicanor Parra, de la UDP, inaugurará la exposición Antiprofes­or. 60 años de Poemas y Antipoemas, preparada por Marcelo Porta, y que recoge la historia del volumen en fotografía­s y documentos. En el segundo semestre, en tanto, la editorial de la universida­d reeditará el l i bro, inaugurand­o una colección de clásicos latinoamer­icanos.

Las fiestas continúan con una nueva edición de los Artefactos (1972), impulsada por la Municipali­dad de Santiago junto a Aguas Andinas, la que será distribuid­a gratuitame­nte entre los habitantes de la comuna para que en septiembre se hagan exposicion­es en la calle con las postales. En agosto, en tanto, la Biblioteca Parra recibirá Obras pú

la misma exposición que antes estuvo en Guadalajar­a y Madrid y que recoge su largo coqueteo con las artes plásticas, desde los Quebr a n t a h u e s o s (1952). Poco después, el GAM abrirá una muestra curada por el nieto de Parra, Cristóbal Ugarte, el “Tololo”, con fotografía­s y documentos desconocid­os.

“¿Fiestas?”, pregunta Parra incrédulo, descartand­o alguna visita a Santiago para las actividade­s. No es que no le gusten, pero prefiere los libros sobre su obra. Los “evangelios”, les llama bromeando, y pide más, justo antes de que golpee la puerta el editor de La antipoesía de Nicanor Parra, un legado para todos & para nadie (Ed. Museo Histórico Nacional), de César Cuadra. Nicanor revisa un ejemplar y lo pone junto a La poesía de Violeta Parra, de Paula Miranda, recién publicado por la Universida­d Católica. “Pero ahora me di cuenta que el genio de la familia es otra: Clara Sandoval. La top one”, dice el poeta, recordando a su madre, fallecida en 1982.

El poeta agarra vuelo y recita, sin repetir ni equivocars­e, un poema de cuatro estrofas de su mamá: es la historia de un matrimonio y un funeral, el de la hija y una madre: “Uhhhh… Devastador”, dice el terminar. Después de una pausa se pone a cantar una tonada de su padre. “A ese hay que descubrirl­o ahora”, asegura, y trae del pasillo de la casa una foto antigua donde aparece su papá con un traje elegante. “Propietari­o, pues. ¿Ve? La Viola les hizo creer a todos que éramos forajidos, pero éramos más propietari­os. La Violeta siempre fue abajista, yo siempre fui arribista”, lanza.

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