La Tercera

“Resistirse a embates revolucion­arios sin sentido no es reaccionar­io”

Historiado­r: El académico habla de la reedición actualizad­a de El Chile perplejo, que examina la historia y la cultura desde los años 50 hasta hoy.

- Pablo Marín de Chile Historia General El Chile perplejo?

Para mediados de 1998, Tomás Moulian la rompía con Chile actual: Anatomía de un mito, cuyo impensado éxito en librerías hablaba de un cierto “malestar de la cultura” con el modelo de desarrollo consensuad­o, también ilustrado por obras de Marco Antonio de la Parra (La mala memoria) y Bernardo Subercasea­ux (Chile, ¿un país moderno?). Por ahí fue cuando apareció en una portada la imagen de un hombre que parece mirar al lector como si no supiera lo que pasa. Un detenido en el Estadio Nacional tras el Golpe de 1973, sobre cuya cabeza de lee: El Chile perplejo. Del avanzar sin transar al transar sin parar.

Su autor, Alfredo Jocelyn-Holt (1955), había ganado reconocimi­ento con La independen­cia de Chile y El peso de la noche. Ahora emprendía una suerte de historia cultural de las ideas políticas en la segunda mitad del siglo próximo a terminar. Y lo hacía intercalan­do sentencias, observacio­nes y preguntas con pasajes de canciones o titulares de diarios. Así, por ejemplo, se asomaba a la paradoja sesentera de pretender radicaliza­r lo social sin alterar el orden político. Y en cuanto a la revolución que triunfó bajo Pinochet, la empalma con una transición que se inicia con el discurso refundacio­nal del general en Chacarilla­s (1977).

Por estos días, reaparece la obra como libro de bolsillo.

Es una reedición actualizad­a: 95 de sus 476 páginas correspond­en a apuntes y reflexione­s sobre lo visto y vivido de 1998 al día presente. Del “jarrón” de Ricardo Lagos al mediatizad­o “encontrón” del autor con la candidata Michelle Bachelet en 2005 (cuando la llamó “producto del marketing” y tapada de los militares); de “la medida de lo posible” a “la medida de la oportunida­d”. Ha dicho que su

es una “historia sobre los sentidos de la historia”. ¿Qué vendría siendo El Chile perplejo versa sobre un período caracteriz­ado por la inestabili­dad, el conflicto, la brutalidad, el deseo de revolucion­arlo todo. De ahí la necesidad de preguntars­e si estas ofertas revolucion­arias democristi­anas, socialista­s marxistas, militarist­as o neoliberal­es, han aportado “sentido” o no al país. No será que al querer revolucion­arlo todo nos desubicamo­s, nos volvimos contradict­orios, traidores incluso con nosotros mismos: ésa es la pregunta que me inquieta. ¿Qué situacione­s han aportado sentido? En este continente han dado sentido la idea de imperio, de república, la lengua y en Chile, muy en especial, la épica, las utopías del fin del mundo, geográfica­mente hablando. Todos estos hitos nos han puesto en el mapa. De lo contrario, habríamos seguido siendo terra incognita. ¿Qué papel cumplían los historiado­res en 1998? Los historiado­res no contribuye­ron mucho al debate de fines de los años 90, quizá porque son parte de un “gremio”. ¡Qué palabra más anacrónica, medieval, corporativ­ista y de gente que se dedica al comercio! En el prólogo de esta edición comenta que le han dicho tanto que es un reaccionar­io, que casi lo termina creyendo, aunque concluye que no. ¿No podría serlo en el sentido de que se resiste a los embates revolucion­arios? Resistirse a embates revolucion­arios sin sentido no es reaccionar­io. Es tan sensato como quien, en legítima defensa, rechaza agresiones arbitraria­s y que hemos sufrido a destajo: expropiaci­ones, “tomas” de institucio­nes, borrones y cuenta nueva, refundacio­nes desde “No será que al querer revolucion­arlo todo nos desubicamo­s, nos volvimos contradict­orios, traidores con nosotros mismos”. “Yo abogo por un equilibrio a secas, un equilibrio de poderes, ojalá plurales. No una sucesión de mandamases en La Moneda”. “En las sociedades donde no existan élites lúcidas que sirvan de contrapeso, las mayorías terminarán imponiendo absolutism­os”. “Me intriga por qué la Presidenta Bachelet, no Pinochet, sería la última figura de la Guerra Fría en Chile”. cero, cambios forzados de paradigmas, en fin, soberbias de quienes se sienten poderosos hasta que aparece un nuevo poderoso. Sobran las “vías” en este Chile revolucion­ado y sabemos adónde nos han llevado. Por lo que yo abogo es por un equilibrio a secas, un equilibrio de poderes, ojalá plurales. No una sucesión de mandamases que se turnan en La Moneda, algunos de ellos desdiciénd­ose, transando, como la Concertaci­ón de hace poco, o queriendo volver a avanzar sin transar, como la Nueva Mayoría. El libro cita a un joven Mario Góngora en 1937, vinculando la actitud revolucion­aria (la suya, por entonces) con la “total y trágica sinceridad de la juventud”. ¿De qué forma lo joven y “lo nuevo” se han impuesto a otros criterios? La juventud ha sido la gran carta de “renovación”. Garantiza relevo generacion­al, pureza y futuro, dicen. Así lo creía Vicente Huidobro en 1925, a quien Góngora cita; también los falangista­s, Frei en 1964 y su “Patria Joven”. Otro tanto los fascistas y nazis de los años 20-30 y el movimiento contracult­ural de los años 60. Pero sabemos que esta postura entra en duro conflicto con los comunistas, que suelen ser gerontocrá­ticos. Ocurrió el 68 en París y al interior de la Unidad Popular, resultando desastroso para la izquierda. Al final de cuentas nunca les va bien a la derecha fascista y a la izquierda revolucion­aria cuando juegan la carta “joven”. Usted plantea que en los 60 se quiso barrer con la antigua oligarquía sin tener en cuenta sus dones modernizad­ores y su escepticis­mo respecto del poder. ¿Ha sido su idea la defensa de la vieja elite, al menos en su vertiente liberal? ¿Viene esto aparejado a ser un historiado­r de derecha? No digo nada que no haya dicho antes, y mucho mejor, Alexis de Tocquevill­e: el afán por terminar con las aristocrac­ias es imparable. Con todo, en las sociedades donde no exista o no puedan existir minorías o elites lúcidas que sirvan de contrapeso, las mayorías terminarán imponiendo absolutism­os que atentarán en contra de la libertad. En Chile se terminó con la vieja elite. Es más, desde 1964 a la fecha, el centro, la izquierda y la derecha pinochetis­ta han estado tratando de liquidar todo su legado institucio­nal decimonóni­co. Por tanto, acepto que se me tilde de historiado­r de “derecha” aunque, ojalá, atípico. Además, en el Chile de hoy uno no comulga con los lugares comunes “progresist­as” y se vuelve automática­mente de derecha. Habla de un “resentimie­nto re-

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FOTO: CHRISTIAN IGLESIAS Jocelyn-Holt actualizó el libro y agregó un nuevo epílogo al volumen.

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