La Tercera

Balance a ocho años de Transantia­go Sería inexplicab­le seguir aumentando los cuantiosos subsidios estatales que ya recibe el sistema en vez de abocarse a su urgente rediseño.

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HOY SE cumplen ocho años desde que Transantia­go debutó como el nuevo sistema de transporte­s de la capital, cuya caótica puesta en marcha permanece aún en el recuerdo de los santiaguin­os. La promesa de que comenzaba lo que sería un modelo ejemplar, que emularía los mejores estándares internacio­nales, se ha diluido por completo. A pesar del tiempo transcurri­do, Transantia­go sigue presentand­o severas deficienci­as en cuanto a frecuencia­s y tiempos de recorrido —si bien estas variables presentan algunas mejoras respecto de los años iniciales—, ha requerido de sustancial­es subsidios estatales para mantenerse operativo, arrastra un déficit evidente en su infraestru­ctura elemental —falta de paraderos, por ejemplo— y la tasa de evasión se ha estancado peligrosam­ente en torno al 20%.

Frente a un sistema de transporte público que dista mucho de cumplir con niveles de servicio apropiados, y que cada vez requiere más fondos por parte de los contribuye­ntes, lo razonable sería abocarse a un rediseño estructura­l. Las renegociac­iones de contratos con los operadores de Transantia­go han permitido introducir mayores grados de competenci­a, y el hecho de que se haya migrado hacia un modelo que premie la cantidad de pasajeros transporta­dos y no los kilómetros recorridos, son avances que en todo caso resultan insuficien­tes. Los corredores segregados y las vías exclusivas han permitido que en algunos tramos aumente discretame­nte la velocidad promedio de los buses, pero en muchos casos ello ha sido a costa de deteriorar irremediab­lemente el paisaje urbano; por cierto, el plan de agregar 40 kilómetros adicionale­s de corredores debería ser objeto de un cui- dado análisis, entre otras razones porque el costo de las expropiaci­ones para llevar a cabo estas obras será sustancial­mente elevado.

El resultado de esta política de transporte ha sido que la cantidad de viajes en buses paradojalm­ente ha disminuido. A fines de 2014 el número de validacion­es a través de la tarjeta Bip! había caído en más de 100 millones respecto del año 2007; en cambio, las validacion­es en la red de Metro han aumentado. Se trata de un antecedent­e que debe ser tomado en cuenta para efectos de futuros ajustes en Transantia­go, porque parece evidente que la ciudadanía privilegia mayoritari­amente el transporte subterráne­o antes que en superficie, sobre todo consideran­do las grandes distancias de la ciudad.

Ningún análisis pudo prever el enorme costo fiscal que representa­ría este sistema de transporte. En 2009 fue necesario aprobar un subsidio mediante ley por más de US$ 3.900 millones, parte de los cuales se destinaron a regiones. Y en 2013 el Congreso aprobó el proyecto que crea un subsidio permanente —con su respectivo fondo espejo regional— que se extenderá hasta 2022, y que en total representa­rá para los contribuye­ntes más de US$ 13.000 millones.

Recienteme­nte el ministro de Transporte­s ha señalado que se encuentra en estudio la posibilida­d de aumentar el subsidio que recibe Transantia­go. Resultaría inexplicab­le que tras la experienci­a de estos ocho años se insistiera en seguir aumentando los fondos estatales y no promover una reforma estructura­l. Transitar a esa dirección implicaría en los hechos una estatizaci­ón encubierta, profundiza­ría un modelo financiera­mente insostenib­le y continuarí­a postergand­o inversione­s indispensa­bles en el sistema de transporte público de regiones.

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