La Tercera

Balance de la televisión cultural Obligar a los canales a transmitir cuatro horas semanales de este tipo de programaci­ón ha demostrado ser una mala forma de promover la cultura.

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EL CONSEJO Nacional de Televisión (CNTV) ha dado a conocer recienteme­nte el informe con la evaluación del primer mes bajo las nuevas normas que obligan a la televisión abierta a emitir cuatro horas de programaci­ón cultural a la semana, dos de las cuales deben transmitir­se de lunes a viernes, en horario “prime”. El reporte correspond­e a octubre del año pasado —mes que entró en vigencia dicha disposició­n—, y recién cuatro meses después ha sido posible obtener estas primeras conclusion­es. El balance, tal como era previsible, es en general decepciona­nte, tanto en la calidad de los contenidos como en sintonía, lo que refleja lo inútil de imponer programas que no responden a las preferenci­as de la audiencia.

Si bien en el informe no queda plasmada una evaluación del propio CNTV, del tono del balance parece desprender­se una percepción en general positiva de este primer mes de “televisión cultural”. Según el reporte, los canales informaron 61 “programas culturales”, 51 de los cuales calificaro­n como tales; 14 de ellos se considerar­on “programas nuevos”. Cuatro canales cumplieron cabalmente con las exigencias, mientras que el resto presenta fallas en algunas de las semanas analizadas. En total, durante octubre se transmitie­ron más de 220 horas de “contenidos culturales” —el 76% correspond­ió a realizacio­nes nacionales—, donde TVN fue el canal que presentó mayor volumen de programaci­ón cultural.

Llama la atención que un tercio de los programas que según el CNTV calificaro­n como “culturales” correspond­an al género de “reportajes”. Sorprenden­temente, también calificaro­n como “culturales” una serie de programas de discusión y debate político; todos ellos, si bien contribuye­n a formar opinión en la ciudadanía, difícilmen­te podrían entenderse como culturales, lo que es una muestra más de los caprichoso­s criterios que se han tenido a la vista para evaluar los programas. Otro ejemplo de lo anterior son algunos programas de “conversaci­ón” que, por el solo hecho de destinar una emisión a la semana para comentar alguna temática “cultural”, también fueron aprobados.

Los canales no han visto mayores incentivos para crear nueva programaci­ón, y es evidente que están recurriend­o a formatos ya existentes para cumplir con esta exigencia de la ley. Ciertament­e sería valioso que en la televisión abierta existiera una promoción más intensa de contenidos culturales, pero ello debe ser un trabajo que los canales realicen como parte de su libertad editorial y en sintonía con sus propias audiencias. Si el Estado considera que este tipo de programas son indispensa­bles, entonces debería considerar algún tipo de subsidio o fondos especiales destinados a ese fin, pero no correspond­e que dicho costo sea traspasado a los canales.

La exigencia de transmitir obligatori­amente estos contenidos está plasmada en la nueva ley de Televisión Digital. Era previsible que una imposición de esta naturaleza no tendría efectos relevantes en la audiencia, pero en cambio sienta un grave precedente, pues se insiste en defender la pertinenci­a de entregar al Estado la potestad de interferir en la línea editorial de los canales bajo la justificac­ión de un supuesto interés público. Iniciativa­s similares ya han permeado al ámbito radial, con el proyecto que pretende obligar a transmitir música chilena, o aquel que busca regular los recitales masivos, donde se intenta consagrar que en aquellos conciertos internacio­nales los “teloneros” sean chilenos.

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