La Tercera

Renuncia del director del área sociocultu­ral de la Presidenci­a La renuncia del personero es justificad­a, aunque su declaració­n resulta tardía e insuficien­te, pues aún no se aclara si hubo un eventual tráfico de influencia­s y un posible acceso a informaci

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CON LA apresurada lectura de un comunicado a la prensa, sin admitir consultas a pesar de intentar criticar a los medios por “no ponerse en contacto con él”, el director del área sociocultu­ral de la Presidenci­a, Sebastián Dávalos, cerró una semana marcada por el debate que generó la divulgació­n de la obtención de un crédito para la sociedad de su cónyuge, proceso que le llevó a participar en noviembre de 2013 en una reunión con el vicepresid­ente de la institució­n financiera que concedió dicho crédito.

El personero descartó haber “cometido ilícito alguno ni delito funcionari­o” y apeló al daño “a la Presidenta de la República y al gobierno” por el perjuicio provocado, para “dar un paso al costado y renunciar a mi cargo”. Lo anterior, no sin antes efectuar un reconocimi­ento al trabajo que realizan los funcionari­os de las distintas fundacione­s que supervisa esta área de gobierno y enumerar algunos de los proyectos llevados a cabo en sus once meses de gestión. Por cierto, ello no era necesario: el debate generado en torno al denominado Caso Caval se relaciona con su accionar y no guarda vinculació­n alguna con las iniciativa­s que desarrolla­n estas fundacione­s, muchas de ellas de indudable y positivo impacto social.

La declaració­n del director del área sociocultu­ral resulta tardía e insuficien­te. Los cuestionam­ientos a la forma como se desarrolló el negocio inmobiliar­io que permitió a la sociedad de su cónyuge obtener una utilidad en torno a los 2.500 millones de pesos en un corto plazo, abarcan, a lo menos, dos aspectos que aún no parecen lo suficiente­mente aclarados, como son el eventual tráfico de influencia­s y un posible acceso a informació­n privilegia­da. Las propias autoridade­s de gobierno, luego de publicar la declaració­n de patrimonio de Dávalos, se encargaron de advertir que las explicacio­nes “en detalle” correspond­ían al director sociocultu­ral y fue el ministro del Interior quien anticipó a los medios que “su equipo verá en qué momento conversará con ustedes”.

Lamentable­mente, ello no ocurrió. Las inquietude­s en torno al Caso Caval no se limitan a la presencia o no de ilícitos, sino que abarcan un cuestionam­iento más amplio a la transparen­cia con la cual se ejercen cargos de alta responsabi­lidad. Sobre el eventual tráfico de influencia­s en el otorgamien­to del crédito –la presencia del personero cuestionad­o en la reunión con el vicepresid­ente de la entidad bancaria dan sustento a esta posibilida­des necesario distinguir entre la legalidad de la operación, aspecto hasta ahora no en cuestión y al que sólo formalment­e se refirió la SBIF en su pronunciam­iento, y su justificac­ión de fondo a la luz de la práctica bancaria y del acceso que clientes de iguales caracterís­ticas podrían tener a un crédito de esa envergadur­a, lo que hasta ahora no aparece suficiente­mente aclarado y sobre lo que no ha existido pronunciam­iento de la autoridad.

Por su parte, tampoco está claro la forma como se tuvo acceso privilegia­do a una inversión con tales expectativ­as de utilidad, lo que no resulta explicable en operacione­s con informació­n equitativa a disposició­n de cualquier agente económico. Que se haya visto frustrada la máxima ganancia posible, no desmiente este hecho, sino que hace más necesaria una explicació­n a fondo del tema.

Con el tiempo se podrá apreciar con más claridad cuán profundo ha sido el daño que este caso ha generado para el Gobierno, originado en la falta de transparen­cia en la relación entre negocios privados y autoridade­s públicas, donde paradójica­mente el lucro ha sido un factor determinan­te para el rechazo generaliza­do de la opinión pública a toda la situación.

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