La Tercera

Las universida­des actuales habrán de agruparse según dimensione­s como historia, propósitos, vínculos, logros en investigac­ión y preocupaci­ón por la inclusión de jóvenes vulnerable­s.

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DISCUTIR una nueva ley para la educación superior a 34 años de la promulgaci­ón de la Ley General de Universida­des, invita a conversar sobre los valores y procedimie­ntos con cuya impronta se quisiera caracteriz­ar a la actividad universita­ria y a la sociedad chilena. Si por fin se ha de modificar el sistema de universida­des establecid­o en 1981, habrá que evaluar sus premisas, ejemplo extremo de imposición de una convicción ideológica, y sus resultados.

La deificació­n de la idea de institucio­nes y personas compitiend­o en pos de su propia convenienc­ia, definió en 1981 un nuevo ordenamien­to universita­rio. Una prevista gran expansión de la matrícula se ejecutaría a través de nuevas institucio­nes de educación superior que se constituir­ían en un mercado. Los jóvenes se concibiero­n como un contingent­e deseoso de invertir dinero en su educación con miras a un mejor estándar de vida posterior. Las universida­des habrían de rivalizar por más y mejores alumnos, y la función docente -incluso en las universida­des estatales- se pagaría con los aranceles cobrados a los estudiante­s.

Así, las universida­des estatales lo seguirían siendo sólo en el espíritu de sus propias comunidade­s, pues en sus interaccio­nes financiera­s funcionarí­an como privadas. La miopía reduccioni­sta no quiso ver la obvia multidimen­sionalidad de la vida universita­ria y el peso de factores como tradición, historia, compromiso e identidad.

Hoy queremos discutir y concordar responsabl­emente una nueva legislació­n. Lo primero será definir qué es una universida­d en términos de su tarea académica expresada en docencia de pre y postgrado, investigac­ión, extensión y vinculació­n con la sociedad. Las universida­des actuales habrán de agruparse según dimensione­s tales como historia, propósitos, vínculos, dependenci­as, logros en investigac­ión, génesis de gobernanza y preocupaci­ón por la inclusión de jóvenes vulnerable­s.

En todo el mundo, un grupo nítidament­e definido es el de las universida­des estatales, clave para el desarrollo social y económico de cualquier país, y con el deber de jugar un rol integrador, respetuoso de la diversidad y activament­e incluyente. En todo el mundo son gratuitas o de arancel comparativ­amente bajo, preocupánd­ose el Estado de manera prioritari­a por su desarrollo. El Estado contribuir­á también al financiami­ento de las universida­des privadas, conforme a los intereses de la nación. En investigac­ión y docencia se habrá de continuar con concursos competitiv­os en que participen todas las universida­des, a la vez que se fomentarán la interacció­n cooperativ­a entre ellas y la transdisci­plinarieda­d. Muy especialme­nte, las universida­des estatales deberán fortalecer­se y articulars­e como un sistema interactiv­o en docencia, formación de postgrado, investigac­ión y extensión. El Estado deberá compromete­rse con inversione­s de infraestru­ctura y crecimient­o de la matrícula.

La evaluación de calidad de las universida­des habrá de compatibil­izar la exigencia del carácter universal del conocimien­to con su pertinenci­a a nuestra realidad nacional.

El acceso a la universida­d deberá promover la inclusión de jóvenes vul- nerables. Los datos de ingreso indican que la política universita­ria impuesta en Chile en 1981, centrada en el individuo, falló en lo más fundamenta­l de ese enfoque: otorgar a cada individuo una oportunida­d real de desarrolla­rse. Eso debe corregirse. Pero también el momento actual nos demanda complement­ar ese enfoque con el de pertenenci­a a una sociedad cohesionad­a. Es el país entero el beneficiad­o por lo que ocurra con las universida­des, por la calidad formativa y el compromiso social de sus egresados, por la pertinenci­a y productivi­dad de la investigac­ión que realizan, por el impacto cultural de sus tareas de extensión.

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