La Tercera

Los platos rotos

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CONFORME LA encuesta Adimark, el área peor evaluada del gobierno es la delincuenc­ia, con 92% de desaprobac­ión. Calificaci­ón algo injusta, en cuanto a que al gobierno no le correspond­e la represión del delito, sino que al Ministerio Público (MP). Y hoy el problema no es la prevención, sino acabar con la impunidad que alienta a los delincuent­es.

Pero la gente siempre le achaca la culpa al gobierno. Jaime Guzmán en clases decía que si se dicta una mala ley, nadie recordará quiénes eran los senadores que la votaron, sino quién era Presidente cuando se dictó. Eso está pasando con la delincuenc­ia: los platos rotos los está pagando el gobierno. Y al cabo es porque el Presidente conduce la nación, por lo cual debiera tener facultades en el tema, pero no las tiene.

Todo está en cómo se ha entendido que debe cumplir su tarea el MP y en un mal diseño institucio­nal de generación y remoción de sus autoridade­s. Los fiscales se han puesto a investigar, aunque la Constituci­ón dice “dirigir la investigac­ión”, cuando no tienen especialid­ad para eso, que es lo propio de las policías. Tendrían que concentrar­se en dirigirla en función del ejercicio de la acción penal: exigir que se generen -y bien- las pruebas necesarias para el éxito de la acción penal. En cambio se dedican a jugar al policía bueno y al malo, pero son frecuentes los fallos que acusan que no se logró probar la responsabi­lidad del acusado. Como la investigac­ión no la realizan las policías, que están bajo el mando del Presidente, el gobierno poco puede hacer por mejorarla.

Viene la renovación del Fiscal Nacional y sería una oportunida­d para que la Presidenta La persecució­n de la delincuenc­ia tiene pocas probabilid­ades de mejorar, y usted pagará los platos rotos. Moraleja: la próxima vez vote por quien prometa modificar todo esto y no puros bonos. LA VERDADERA historia de la humanidad se ha jugado siempre en las ideas, sean estas racionales o espiritual­es. Las mejores ideas han sido siempre hijas de la libertad, no de las tiranías. Sin embargo, el actual futuro se juega en la tecnología y en particular en una nueva mente tecnológic­a colectiva, un paso evolutivo crucial que está en marcha. Algunos hablan de la “singularid­ad” (fusión de la biología y la tecnología Kurzweil), otros de la “humanidad como nuevo ente biológico” (Lipton), otros de transhuman­ismo. Es un gran tema para el liberalism­o moderno que no está siendo indagado y debiera ser el próximo libro del autor. La izquierda tradiciona­l, a pesar de ser onto- imprima nuevos aires al MP. Pero no puede, porque la quina la forma la Corte Suprema, algo no visto en otra parte. ¿Qué hacen los tribunales intervinie­ndo en la designació­n de las autoridade­s de una de las partes que litigarán ante ellos? Más aún, la especialid­ad de los jueces es dirimir controvers­ias legales, no en gestión. Si van a definir la base de selección, ¿qué perfil han establecid­o para el nuevo Fiscal Nacional? Ninguno. Cuando la Alta Dirección Pública hace un concurso, lo primero es reunirse con la autoridad que designa para que defina el perfil y los objetivos a cumplir. En este caso, la Corte hará una audiencia pública para ver qué ofrecen los candidatos.

Supongamos que resulta una buena quina y la Presidenta escoge un excelente candidato, que es aprobado por el Senado. Entonces el Fiscal Nacional nombrará a su equipo, pensará usted. No. Si bien los fiscales regionales los designa él, lo hace cuando vence el período de cada uno, pero tiene que escoger de una terna que prepara la Corte de Apelacione­s respectiva. ¿Y para sacar a los que lo hacen mal, incluido el Fiscal Nacional? Adivinó: sólo los puede remover la Corte Suprema, que tramita un juicio, en el que por definición se debaten cuestiones jurídicas y no de calidad en la gestión.

Resumen: la persecució­n de la delincuenc­ia tiene muy pocas probabilid­ades de mejorar, y usted pagará los platos rotos. Moraleja: la próxima vez vote por el político que prometa modificar todo esto y no puros bonos. lógicament­e materialis­ta, es notablemen­te experta en las ideas, como lo es también en confundirl­as o mezclarlas magistralm­ente con las emociones y cautivar así a las masas ansiosas y desinforma­das propias de países en desarrollo. Eso es el populismo. La derecha, que supuestame­nte tiene una metafísica idealista, curiosamen­te invierte muy poco en las ideas, al menos en nuestro país. Como dice Axel Kaiser en La Tiranía de la igualdad, la derecha conservado­ra nunca ha entendido que el problema es intelectua­l e ideológico y no técnico. Los desafíos reales están en la subjetivid­ad, no en lo finito. Por eso la derecha pierde sistemátic­amente la pelea de la historia de las ideas y la cultura, muy bien definida por Gramsci. Como las ideas de la izquierda son más bien creencias fundamenta­listas que racionalid­ad coherente y consistent­e, estas chocan una y otra vez contra la dura realidad y en especial con la naturaleza humana esencial. Siempre han querido “crear” un hombre nuevo, pero no han resuelto cómo el hombre viejo y malo podría hacer ese milagro. A pesar de la contundent­e evidencia histórica que muestra que esas ideas fracasan en la práctica, y generan resultados exactament­e opuestos a los deseados, la izquierda sigue “creyendo” en ellas. Creen y aman al Estado como los religiosos creen y aman a sus dioses. Creen en la ingeniería social, que es el fundamento esencial de todo totalitari­smo. Creen que la igualdad es el único criterio de equidad. El gran problema de la sociedad no es la desigualda­d, sino la escasez de recursos. El desafío de la eficiencia es -por ende- permanente y siempre despreciad­o por la ideología de la igualdad. Sólo la libertad y el emprendimi­ento libre aumentan los recursos. El libro de Kaiser debiese ser lectura obligatori­a en los colegios, pero Axel mismo se opondría radicalmen­te a ello, por restringir la libertad. Le encuentro razón. Los buenos empresario­s debieran regalar, cada uno de ellos, 1.000 copias para difundir esas ideas de libertad, la búsqueda esencial del ser humano, y el fundamento esencial del emprendimi­ento y la innovación. Este nuevo libro de Kaiser disputa palmo a palmo las enormes debilidade­s conceptual­es, y las aseveracio­nes sin fundamento, del libro El otro modelo, que inspira ideológica­mente a este gobierno. Kaiser solo contra cuatro autores les gana 6-0. El gobierno precisamen­te en base a ese modelo ha fracasado de manera radical y en poco tiempo. La igualdad es finalmente enemiga mortal de la libertad, ya que ello sólo es posible hacia abajo, como lo hemos visto en las reformas estructura­les de esta administra­ción. La izquierda habla de neoliberal­ismo y nunca lo ha estudiado ni entendido seriamente. Ni siquiera es consciente de sus orígenes, como señala el autor. La izquierda habla de una so- ciedad abstracta, independie­nte de los individuos, y ahí parten todos los errores. La izquierda desconfía esencialme­nte de las personas, las manipula. Los considera inteligent­es para elegir el presidente, pero no para elegir el colegio de un hijo. El mercado no es el que corrompe, es la ética debilitada la que corrompe al mercado. El mercado ha generado enorme cantidad de bienes públicos, como lo que ocurre hoy con la tecnología e internet. En fin, no es como sataniza la izquierda sino exactament­e lo contrario. Kaiser hace un análisis brillante de los derechos sociales, y demuestra cómo estos son expropiato­rios del derecho de propiedad. Conceptual­mente significa que algunos deben trabajar gratis para sustentar a otros, o que la riqueza no es de quien la produce sino que en parte es colectiva, pero ésta no se extrae, se crea, y ahí está la enorme diferencia. La doctrina fundamenta­l del liberalism­o no es que todos sean iguales, sino que todos estén mejor que antes. Sin propiedad privada nunca habrá real libertad. La pobreza es tema del Estado sin duda. Este libro es fundamenta­l para entender el fracaso del gobierno. En esencia, no sólo no cumplirá las promesas sino que los eventuales beneficiad­os terminarán peor de lo que estaban. Es el síndrome Transantia­go. Las buenas intencione­s no bastan para gobernar. Se requieren ideas sólidas y buena gestión.

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