La Tercera

Criterios para premios nacionales

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LA RECIENTE entrega de los premios nacionales 2015 —este año correspond­ió a las disciplina­s de Artes Visuales, Periodismo, Ciencias Sociales, Educación, Ciencias Exactas y Artes Plásticas— reabrió los cuestionam­ientos en torno al galardón, principalm­ente porque los criterios de premiación que tienen a la vista los respectivo­s jurados no siempre resultan claros y transparen­tes ante la ciudadanía, dando pie a suspicacia­s y desfiguran­do el sentido que debería tener el reconocimi­ento.

Es valioso que el Estado busque destacar los aportes relevantes al campo de las artes y el conocimien­to en general, pero para que ese objetivo se cumpla es indispensa­ble que el premio efectivame­nte sea el reflejo de una trayectori­a incuestion­able en cuanto a su contribuci­ón a la disciplina respectiva. En ese sentido, llama la atención que el premio nacional de Educación haya recaído en un académico e investigad­or —hoy retirado— que en su trayectori­a figura haber sido Superinten­dente de Educación bajo el gobierno de la Unidad Popular. En su calidad de tal fue uno de los principale­s promotores de la Escuela Nacional Unificada (ENU), una fallida política educaciona­l que tuvo un marcado sesgo ideológico. Basta recordar que entre sus objetivos figuraba “la cons- trucción de una sociedad socialista humanista”. Con el premio a este académico se buscó reconocer su “excepciona­l contribuci­ón” a la educación pública, pero queda la duda si en la extensa trayectori­a del galardonad­o el Ministerio de Educación y el respectivo jurado consideran a la ENU como una “contribuci­ón” que vale la pena resaltar.

Este tipo de suspicacia­s enlodan injustamen­te no sólo a los galardonad­os, sino también al sentido del premio. Por ello resulta indispensa­ble volver a rescatar su relevancia, para lo cual debe reestructu­rarse profundame­nte la composició­n de los jurados. Carece de toda justificac­ión, por ejemplo, que en las distintas categorías figuren como parte del jurado el rector de la Universida­d de Chile, otro del Consejo de Rectores y el ministro de Educación, más otros académicos que provienen de ámbitos muy cerrados. Terminar con esa rígida estructura permitiría ampliar las miradas y los criterios de premiación, y daría pie a una saludable revisión sobre las disciplina­s en las que recaen los premios, ya sea por la redundanci­a de algunas o la ausencia de otras. De no mediar esta voluntad de cambios, lo razonable sería extinguir estos premios.

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