No es la igualdad, es la justicia
Señor director:
Adam Smith nos reprocha que “cuando la felicidad o la desdicha de otros dependen en algún sentido de nuestra conducta, no preferimos el interés de uno al de muchos, como el amor propio podría sugerir. El hombre interior inmediatamente nos amonesta porque nos valoramos demasiado a nosotros mismos y demasiado poco a las demás personas, y que al hacerlo nos convertimos en el objetivo idóneo del menosprecio e indignación de nuestros semejantes”.
La igualdad no puede ser un ideal, pues nadie quiere ser igual a otro en todo. Tampoco se trata de minimizar el debate político más profundo que tiene que ver con la justicia, y ahí la pregunta es: ¿iguales en qué? ¿Iguales en oportunidades? Es lo que se nos dijo durante los últimos años. Pero a la luz de nuestra infancia abandonada por el Estado y la sociedad en los hogares del Servicio Nacional de Menores, parece que no se cumplió. Menos si vemos la segregación y los resultados de los colegios más vulnerables.
Si ni siquiera pudimos cumplir con nuestros niños, ¿qué hacer con aquellos que ya pasaron las etapas formativas de la vida? ¿Qué hacer con ese medio millón de jóvenes que no estudian ni trabajan? ¿Con nuestros adultos mayores precarizados y empobrecidos? Como cita Squella de Nils Christie: “la igualdad de oportunidades se trata de un arreglo perfectamente apropiado para transformar injusticias estructurales en experiencias individuales de frustración o fracaso”.