La Tercera

Venezuela: la marcha y la salida

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sidenciale­s plagadas de indicios de fraude, se distanció de ellos.

A pesar de esta división y de la respuesta feroz del régimen, los venezolano­s se lanzaron a las calles. En esa respuesta ciudadana se destacaron especialme­nte los jóvenes estudiante­s. La chispa se encendió primero en Táchira, en la localidad de San Cristóbal, y luego prendió en todo el país, donde, haciéndose eco de grandes gestas cívicas contra gobiernos dictatoria­les, un sinnúmero de venezolano­s desesperad­os hicieron saber al gobierno y al mundo que estaban hartos de tanto sufrimient­o y humillació­n.

El resultado, tras la arremetida violenta del Estado, fueron 43 muertos, más de 400 heridos y casi dos mil detenidos. Desde entonces han pasado muchas cosas que se resumen en una: un descenso acelerado del país hacia el infierno y una abrumadora repulsa ciudadana contra el régimen, incluidos millones de personas que tuvieron simpatía por el chavismo. Ciertos símbolos de aquella represión, como el de Leopoldo López confinado en el ergástulo chavista, nos recuerdan cada día que algo importante cambió en esas jornadas de protesta. Se le perdió el miedo a la dictadura dentro del país, prueba de lo cual fue la aplastante victoria opositora en las elecciones legislativ­as de diciembre pasado. También se le perdió el miedo en el exterior: los complejos que llevaban a tantas instancias internacio­nales a desentende­rse (cuando no a hacerse cómplices) de la situación mudaron en una actitud crítica y más vigilante por parte de la comunidad internacio­nal.

La marcha que han convocado los opositores al régimen, aunque no lo admitiría nunca la MUD y aunque no haga falta decirlo, es una continuida­d de aquella convocator­ia a la resistenci­a civil que hicieron López, Machado y Ledezma. Ha quedado demostrado que no hay más alternativ­a que la empleada en todas las grandes gestas cívicas que lograron devolver la libertad -o la independen­ciaa sus países: movilizars­e usando todas las armas de la legalidad y la moral pública para presionar a las autoridade­s a ceder el paso a la democracia y el estado de derecho. De otro modo, no lo harán nunca.

Por tanto, es importante que aquellas instancias nacionales e internacio­nales que no entendiero­n en su día por qué “La salida” era una opción legítima y en cierta forma inevitable comprendan ahora que no hay más remedio, aun con los costos potenciale­s que algo así tiene, que salir a las calles contra Maduro, en actitud pacífica pero resuelta, a exigir que se ponga en marcha la segunda fase del proceso revocatori­o. Cualquier otra considerac­ión es renunciar a toda posibilida­d de cambio o dejar en manos de la Providenci­a la posibilida­d de que a Maduro lo inhabilite una enfermedad, o esperar a que a algún militarote chavista se le ocurra darle un golpe para hacerse fuerte él mismo.

La salida sólo puede ser democrátic­a y para ello, en teoría, hay dos mecanismos. Uno es la negociació­n de buena fe. El gobierno, que acaba de ratificar la condena contra Leopoldo López a casi 14 años de cárcel, a pesar de que el fiscal admitió que se usaron pruebas falsas contra él y que ha utilizado el Supremo Tribunal de Justicia para anular las decisiones tomadas en siete sesiones de la Asamblea Nacional en abril y mayo pasados, ha demostrado hasta la saciedad que no negociará nada importante. Lo que queda, es la otra vía: la resistenci­a civil hasta que el gobierno, como tantos otros que decían lo mismo, acabe aceptando lo que dice ahora que nunca aceptará.

Felizmente, cada vez más instancias internacio­nales lo ven así de claro también. El secretario general de la OEA, Luis Almagro, que ha tomado un admirable liderazgo en la denuncia de los atropellos a la libertad y los abusos contra los derechos humanos en Venezuela, ha llamado “el fin de la democracia” a la ratificaci­ón de las condenas contra los presos políticos. Quince gobiernos del hemisferio occidental que pertenecen a la OEA han exigido a Maduro que permita la realizació­n del referéndum revocatori­o este mismo año. Los gobiernos y parlamento­s que reciben con frecuencia a los familiares de los presos ya no tienen el pudor de antaño a la hora de proclamar la necesidad de que Venezuela transite a la democracia.

El error de los tres presidente­s que han intentado llevar las cosas por la vía de una negociació­n -Rodríguez Zapatero (España), Leonel Fernández (República Dominicana) y Martín Torrijos (Panamá)- es no haber entendido que tenían sus tiempos invertidos. Se negocia cuando las partes quieren nego-

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