La Tercera

La primera dama

- Andrés Benítez

LA PELÍCULA Jackie, del director chileno Pablo Larraín, se está convirtien­do rápidament­e en un éxito de la crítica mundial. Debutó hace unas semanas en el Festival de Venecia, obteniendo el premio al mejor guion. Días después, fue galardona en el Festival de Toronto. Su protagonis­ta, Natalie Portman, ha sido tan alabada por su actuación, al punto que se la considera una seria aspirantes al Oscar.

La figura de Portman es singular. Partió siendo actriz muy joven –a los 13 años-, pero luego de alcanzar la fama, optó por ingresar a la Universida­d de Harvard, con la idea de hacer algo más serio en su vida. Muchos le dijeron que podía ser el fin de su carrera, pero ella declaró prefería ser inteligent­e a una estrella de cine. Se graduó en psicología, pero a la vez descubrió, por suerte, que su pa- sión seguía siendo el cine. Volvió con fuerza y alcanzó el preciado premio Oscar por su complejo papel en “Cisne Negro”. Pese a ello, dijo que su rol en Jackie ha sido el más arriesgado de su carrera.

No es para menos. Jackie Kennedy es uno de lo íconos de la historia moderna, una mujer cuya leyenda es tan o más poderosa que la de su marido, lo que no es poco decir. Es que fue mucho más que su compañera y los expertos no dudan en definirla como la gestora de la institució­n de la primera dama. Nunca una mujer había jugado un rol tan decisivo en la construcci­ón de la imagen de un presidente.

Jackie, al igual que Natalie Portman, tenía una educación privilegia­da. Pasó sus primeros años universita­rios en el prestigios­o Vassar College, para luego trasladars­e a la Sorbonne en París. Finalmente, recibió su título en literatura francesa de la Universida­d de George Washington. Si Portman fue una estrella del cine desde muy pequeña, Jackie fue siempre una celebridad. Con menos de 20 años, la revista Vogue la retrató, definiéndo­la como poseedora de un estilo exquisito, uno que sigue siendo revisitado hasta el día de hoy.

En el plano político, su influencia fue muy notoria. Ya en la primera gira que hizo junto a John Kennedy a Europa, fue tanto el revuelo periodísti­co que causó, que el Presidente no dudó en decir: soy sólo el hombre que acompaña a la primera dama. Sus asesores, rápidament­e tomaron nota de aquello, y se comenzó a tejer un sofisticad­o plan de comunicaci­ones para ella, algo inédito para la época.

Construir la imagen de pareja perfecta no fue fácil. La apatía por la vida familiar y las frecuentes infidelida­des del Presidente, ayudaron poco. Pero ella no lo hacía mejor en ese plano, como se supo después. Pese a eso, la leyenda se impuso y Jackie alcanzó el título de reina de américa, como la bautizó Frank Sinatra. Cooperó en todo esto, la protección que brindaba la prensa a la vida privada de los mandatario­s. Hoy, algo así, sería inimaginab­le.

Con todo, así como John Kennedy, en parte por su muerte, alcanzó un estatus que pocos han repetido, Jackie también se supo ganar un lugar único en la política. Fue, sin lugar a dudas, la primera “primera dama” de la historia, imponiendo un estilo que muchos intentar imitar. Hasta ahora, con muy pocos resultados. Así como John Kennedy alcanzó un estatus que pocos han repetido, Jackie Kennedy supo ganar un lugar único en la política.

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