La Tercera

Mercosur versus Caracas

- Alvaro Vargas Llosa

El Mercosur es el escenario latinoamer­icano donde con más claridad se ha visto reflejado el cambio de orientació­n en el GPS de la política sudamerica­na. Con un Michel Temer ya afirmado en la Presidenci­a de Brasil y un Mauricio Macri que ve disminuir un tanto las posibilida­des de que Susana Malcorra, su canciller, sea elegida secretaria general de la ONU, el camino está desbrozado para que ambos gobiernos empiecen a marcar la pauta democrátic­a al resto de la región.

Los gobiernos de Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay acaban de asumir de forma conjunta la presidenci­a del Mercosur que correspond­ía a Venezuela desde julio y han dado a Caracas menos de tres meses para adaptar su legislació­n a la normativa del bloque so pena de suspensión. Ninguna bravata ha logrado intimidar a los socios democrátic­os del Mercosur: ni la arremetida de Rafael Correa (que habla de un “nuevo Plan Cóndor” con insultante falta de respeto por las víctimas de las dictaduras militares de los 70), ni las protestas de un Evo Morales bastante cuestionad­o en casa, ni el esfuerzo de Nicolás Maduro por convertir la reciente cumbre de los países “no alineados” en una demostraci­ón de fuerza (acabó siéndolo más bien de orfandad internacio­nal por la escasísima presencia de dignatario­s foráneos).

Recordemos que Venezuela ingresó irregularm­ente al Mercosur. Pidió su ingreso, con el respaldo de sus compinches de entonces, Lula y Kirchner, en 2006. El Congreso de Paraguay no ratificó el ingreso, de modo que Caracas quedó en un limbo… hasta que en 2012, usando como pretexto la destitució­n del Presidente Lugo, los miembros del Mercosur suspendier­on a Asunción y formalizar­on el ingreso de Venezuela sin la ratificaci­ón parlamenta­ria paraguaya.

Desde entonces, Venezuela no sólo no ha adaptado su legislació­n a la normativa del bloque, sino que se ha dedicado a entorpecer todo intento por ampliar los lazos comerciale­s con el mundo, por ejemplo petardeand­o las negociacio­nes comerciale­s con la Unión Europea; también ha hecho uso y abuso del Mercosur para operacione­s ideológica­s contra gobiernos democrátic­os. Maduro llegó a exasperar incluso a Dilma Rousseff, que a regañadien­tes había llegado a la conclusión de que su país necesitaba un acuerdo comercial con Europa y hacer menos politiquer­ía.

Las cosas, ahora, han cambiado. Tres países democrátic­os han decidido poner coto al hazmerreír en que la participac­ión de Venezuela había convertido la cláusula democrátic­a del Mercosur y al alto nivel de toxicidad que Caracas había introducid­o en ese bloque. De allí los anuncios y medidas recientes.

El caso de Uruguay, el cuarto miembro que comparte hoy la presidenci­a colectiva en sustitució­n de Venezuela, es interesant­e. El gobierno de Tabaré Vázquez, de impecables credencial­es democrátic­as y orientació­n socialista razonable, ha tratado de evitar el enfrentami­ento directo con Maduro. Pero Uruguay depende de Brasil y Argentina mucho más que de Venezuela; además, entiende la necesidad de que ese bloque se abra al mundo y luzca, y no sólo diga ser, democrátic­o. En la práctica, Montevideo se ha sumado a las decisiones de los otros tres.

Todo esto es una buena noticia. En su existencia de un cuarto de siglo, el Mercosur ha sido en general un fracaso y una decepción, al punto que la Alianza del Pacífico, con muchos menos años de vida, lo ha desplazado ante los ojos del mundo. Pero en esto hay que decir que el Mercosur ha actuado con sentido de responsabi­lidad, como lo ha hecho, a su vez, Luis Almagro (uruguayo, por cierto, que fue ministro del Frente Amplio) a la cabeza de la OEA. Empieza –sólo empieza- a notarse el cambio en Sudamérica.

Los gobiernos de Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay acaban de asumir de forma conjunta la presidenci­a del Mercosur que correspond­ía a Venezuela desde julio.

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