Crisis, pesimismo y esperanza
En Chile creemos que el país está en crisis. Y una crisis amplia. En primer lugar, económica. Según la encuesta CEP, 5 de cada 10 chilenos estima que la situación económica es mala o muy mala, lo que es una percepción fundada en la realidad, en cuanto la economía está virtualmente estancada, la inversión caerá en 2016 por tercer año consecutivo, el desempleo viene al alza, los salarios apenas crecen. Segundo, hay una percepción de crisis política: según la CEP, 7 de 10 personas piensan que la situación política es mala o muy mala, en tanto se espera una abstención en torno a 60% en la próxima elección municipal. Y el ex presidente Lagos
Por nos dijo que la actual era la peor crisis política de las últimas cinco décadas, con excepción del golpe militar. Y tercero, existe también una percepción de crisis institucional. De acuerdo a la encuesta Latino Barómetro 2015, de Mori, 7% de los chilenos confía en los partidos políticos, 9% en el Senado, 12% en el Poder Judicial y 18% en los obispos católicos.
La percepción de crisis es acompañada por un gran pesimismo a todo nivel. El índice de confianza empresarial de la U. Adolfo Ibáñez lleva 29 meses en terreno pesimista y ha alcanzado niveles tan bajos como los observados en la recesión de 2009. El indicador de confianza de los consumidores calculado por Adimark, IPEC, muestra números pesimistas desde junio de 2014 y apenas supera el valor 30 en una escala de 1 a 100. El 80% de la gente, según la encuesta Cadem más reciente, cree que el país va por mal camino, mientras que la CEP nos dice que 85% de las personas cree que estamos estancados o en decadencia, sólo 14% estima que la situación económica mejorará en los próximos 12 meses y apenas 9% cree que la situación política mejorará.
¿Y por qué tanto pesimismo?
Hay tres razones principales: una histórica, una coyuntural, y una emergente. La histórica es el bajo precio del cobre que desde 2014 tiene a maltraer los ingresos fiscales, la actividad minera, la inversión y la zona norte del país. Cada vez que dicho precio entra en una fase de niveles bajos, el efecto depresivo que tiene sobre la economía nacional trae aparejado una dosis importante de pesimismo, sobre todo si no se ve un rebote en un plazo razonable. La última ocasión en que esto ocurrió fue en el período 1999-2003, afectando el ánimo durante el gobierno de Ricardo Lagos. La razón coyuntural del pesimismo radica en la actual administración Bachelet, que es evaluada negativamente por 7 de cada 10 chilenos, según la CEP. El programa de reformas mal diseñadas e implementadas, y de orientación y retórica antimercado, ha creado un clima de negocios enrarecido que explica la baja inversión no minera (excepto energía) desde 2014. Además, esas reformas, al menos como se han presentado e implementado, son repudiadas por la gente: 54% le pone nota 4 o menos a la Reforma Tributaria, y 51% a la reforma laboral (CEP).
La razón emergente del pesimismo es la corrupción. Según la CEP, la corrupción es hoy el segundo problema que la gente estima debe ser abordado por el gobierno, sólo detrás de delincuencia. En noviembre pasado era el quinto y hace 10 años no aparecía. La mitad de los chilenos cree que “casi todos” los políticos están involucrados en actos de corrupción (versus 14% en 2006, CEP). Pero no es sólo un problema de los políticos: la misma fuente indica que 35% de las personas cree que “casi todos” los funcionarios públicos están involucrados en actos de corrupción (12% en 2006). Y tampoco se escapan los empresarios: una pequeña minoría de chilenos cree que los grandes empresarios son honestos (CERC Mori 2015).
¿Podemos zafar del pesimismo? Sí. Existe un sustrato que permite pensar que el pesimismo colectivo es reversible. Primero, porque la gente es pesimista respecto del país, pero en mucho menor grado respecto de sí misma: mientras un magro 8% cree que la situación del país es buena, 20% piensa que su situación personal es buena. Además, sólo 9% cree que en 12 meses su situación personal será peor o mucho peor y 31% estima que será mejor o mucho mejor. Segundo, porque si bien la percepción de corrupción es aguda, la experiencia con ella es mucho menor. Por ejemplo, según la CEP, 7 de cada 10 chilenos nunca ha vivido una petición de coima y apenas 7% lo ha hecho en forma frecuente. Los casos más connotados de corrupción están siendo abordados por la justicia y las nuevas leyes de probidad y transparencia están operativas. Tercero, porque las bases de nuestra economía de mercado siguen vigentes a pesar de algunas amenazas de corte populista. Y cuarto, porque el descrédito de las instituciones, si bien hoy es más agudo, ha estado con nosotros desde hace 20 años (Latino Barómetro 2015), amparando tanto el pesimismo actual como épocas de euforia como los 90 y la primera parte de la actual década.
Sin embargo, la reversión del pesimismo no es automática ni garantizada. Es necesario gestionarla. Eso veremos en una siguiente columna.