El duro combate al fuego en el desierto
La central de llamados alerta sobre una quema de pastizales cerca del poblado de Tarapacá. Minutos más tarde, la misma operadora advierte a los voluntarios sobre un volcamiento en la Ruta 5 Norte con víctimas atrapadas. Los bomberos de Pozo Almonte se movilizan.
Son 105 voluntarios que, a punta de sacrificio, cubren las emergencias en las cinco comunas que conforman la provincia del Tamarugal, que incluye más de 40 poblados y caseríos, todos emplazados en medio del desierto, en la precordillera de la I Región.
En lo que va de 2016 han atendido 315 emergencias, entre ellas accidentes vehiculares, con 18 fallecidos, además de 12 accidentes con sustancias peligrosas- combustible, yodo y ácido-, registradas principalmente en las rutas mineras de la zona. “Tenemos una gran demanda, lo que nos obliga a redoblar esfuerzos, pero con muchas limitantes de recursos”, cuenta Efraín Lillo, superintendente del Cuerpo de Bomberos de Pozo Almonte.
Ellos cubren las urgencias con los $ 20 millones anuales que les entrega el Cuerpo de Bomberos regional, a lo que agregan una subvención municipal de $ 2 millones para pagar el sueldo de las operadoras telefónicas del cuartel, que reciben a diario los llamados de Colchane, Camiña, Huara, Pica, Pozo Almonte y varios poblados más.
Cuentan con cuatro carros (dos de agua y dos de rescate), que fueron adquiridos entre la década del 90 y principios de 2000. El vehículo que les permite trasladarse tiene 600 mil kilómetros recorridos y, por falta de fondos, apenas pueden hacerle mantención una vez al año. También tie- nen pocas herramientas hidráulicas para rescates mecánicos en accidentes y solo un equipo encapsulado para contingencias con residuos peligrosos. “Las ganas, el esfuerzo y el compromiso de los voluntarios están; nos entregamos por enteros a la comunidad, pero cuando nos enfrentamos al hecho de que tendremos que despedir a las operadoras por falta de recursos o tenemos restricciones para desplazarnos por la amenaza de que se agotará el combustible, es un gran problema”, dice Cristián Loo, comandante del grupo.
Para sofocar siniestros en localidades alejadas y desérticas, concurren con el carro de cinco mil litros, la mayor capacidad de almacenaje de agua que disponen. Y cuando no es suficiente, recurren al ingenio. “En esos lugares no hay grifos. Por eso mantenemos una motobomba en el carro y con ella lo alimentamos desde tranques o piscinas de almacenaje de agua que a veces tienen los poblados. En otras ocasiones pedimos apoyo a camiones aljibe municipales”, indican.
A su precaria situación, en los últimos días se ha sumado un nuevo riesgo: la semana pasada, mientras concurrían a una emergencia, un grupo de desconocidos ingresó al cuartel con bates de béisbol intentando agredirlos e impedir la salida del carro. “Esta labor muchas veces es incomprendida y muchas veces debemos enfrentar insultos, agresiones y amenazas”, dijo el superintendente Efraín Lillo.
Con todo, su rol es determinante. “El resto de las compañías que pueden ayudarnos en una emergencia se ubican a varios kilómetros y podría pasar más de una hora antes de que logren constituirse”, ratifica José Avendaño, residente de Pica.