La Tercera

Pititore continúa indómito, amante de la noche y de sus territorio­s prohibidos como cuando el fútbol era su sustento.

Desde hace 30 años se dedica a entrenar con niños, enseñándol­e los mismo regates con los que él se hizo grande.

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so ser futbolista. Para él, el fútbol era una forma de pasarla bien, olvidarse de los problemas y disfrutar. “¡Si no hice ni cadetes!”, recuerda. Fue Eduardo Punto Silva, recordado gerente técnico de los canarios, quien por casualidad lo descubrió. “Fue a ver a mi hermano, pero me vio a mí y me llevó al tiro pa’ San Luis”. El talento salvaje de Pititore no demoró en recibir la ovación de la galería. “Jugué al tiro. Estaba el (Rubén) Tribilín Rivera, que era un hueón que medía como dos metros, y yo, que pesaba 57 kilos, era el que le quitaba el puesto”, asegura.

Esta conversaci­ón ocurre en Quillota, donde Cabrera se afincó casi inmediatam­ente después de su retiro del profesiona­lismo. Sentado bajo un árbol, en el inmenso patio de la casa de los Vergara, conocidos feriantes de la ciudad, sus amigos incondicio­nales, se desahoga con La Tercera. Aquí, Piti pasa gran parte del día; los ayuda a vender paltas, chirimoyas o simplement­e descansa bajo la sombra de alguno de los frondosos árboles que coronan el lugar. Aquí todo es alegría. Casi siempre es así.

Porque Pititore continúa indómito, tan amante de la noche y de sus territorio­s prohibidos como cuando el fútbol era su sustento. El carácter del que es dueño sigue traicionán­dolo, dice, llevándolo a ex“Pero cesos, a días o semanas completas en las que la sed es mucha y no para de beber. “Por eso siempre salgo con moneditas. Les doy 200 pesos a los cabros, lo que cuesta una pituca… ¡Si yo también he andado pidiendo plata a mis amigos, po’!”, reconoce, con una mueca de asco.

“La otra vez me agarré a combos y me dejaron mordiendo la placa (dental). Fue como pegarme cinco guascazos”, cuenta, torciendo la boca y acomodándo­se los dientes y las risas estallan de inmediato. ahora soy un caballero, cabros. Los golpes son los que dejan”. Dice que ya está mejor, ayudado por especialis­tas. “Ese tal Franco y ese tal Puente me tienen bien”, asegura, refiriéndo­se con ironía a sus sicólogos. No le gusta profundiza­r en el tema, sabe que no es la imagen que quiere entregar a los niños.

Pititore trabaja desde hace 30 años con niños, enseñándol­es los mismos regates con los que él se hizo grande. Actualment­e es instructor de la escuela de fútbol calle de la Municipali­dad de Quillota, donde imparte clases tres veces por semana. “Y con eso me basta para vivir al día a día”, recalca.

“Los indios tenían razón”

Pero de sus historias, la más mediática es la anécdota de su loro y Hernán Godoy, en la campaña de Municipal Atacama en 1984, en la que descendió, pero siendo él el goleador del torneo, con 22 goles. Aunque se niega a contarla -“es que ya la he contado tantas veces”- desliza un detalle que Godoy nunca ha revelado: “En realidad era un asado. Clavito dijo que iba a llegar con unas amigas, pero nosotros no le creímos. Se demoró harto, pero al final llegó con dos minas ¡Y se veían ricas de lejos, po’! Pero al final, eran travestis, el loro lo hueveó y me lo tiró al wáter”.

Recita sus hazañas casi de memoria. Su talento fue tan grande que en un año llegó a anotar 45 goles, todos decorados con su particular celebració­n, su recordado salto mortal. “Fui el primero que empezó con la voltereta, después se les ocurrió a todos”, reclama.

¿Cómo nació? “Fue en el Lucio Fariña viejo, el ’78. Jugábamos con Católica. El Pindinga hizo un gol y lo celebró con una vuelta de carnero en la mitad de la cancha. Yo lo veo y me ascurro: puta, Pititore, si hací un gol vo’, lo celebrai’ con un flip flap en plancha con mortal atrás po’. ¡Justo hice el 2-1 y lo celebré así!. De ahí no paré más!”, recuerda exaltado. Para muchos, esa particular forma de celebrar comenzó con él. “La vuelta que hace Klose se la tira una guagua, po’. Cae como el hoyo”, dice, ninguneand­o la acrobacia del máximo goleador de los Mundiales.

Pititore es un ídolo rebelde. Pudo haber llegado tan lejos como hubiera querido, pero prefirió simplement­e vivir. Esa es su ley, siempre lo ha sido. Y no se culpa de nada, pues siente que no ha dañado a nadie por su particular forma de ser. Tampoco se recrimina no haber jugado en el extranjero y asegura que de haber sido parte de esta generación, seguro hubiera sido el ‘9’ de la selección chilena, en desmedro de Eduardo Vargas. “Pero salí antes no más po”, se conforta. Revela que al final de los ochenta fue a probar suerte a equipos de Francia e Italia, que entrenó con ellos, que lo querían, pero que llegó tarde, pues los libros de pases ya estaban cerrados.

A diferencia de lo que todos creen, cuenta que su apodo se originó por el argentino Vicente Cantatore, que triunfaba en Cobreloa cuando él era un niño. “Como yo cantaba, silbaba, y era bueno pa’ la pelota, las señoras me pusieron Pititore”. Real o no, esa es su versión.

¿Y los pitos? A Piti no le gusta hablar mucho del tema. Pero su opinión es clara: “La marihuana hace bien para la salud, es medicina. ¡Si los indios y todas las culturas antiguas tenían razón! la yerba alivia dolores. Te da energía, hambre, ganas de trabajar, te ayuda a concentrar­te y también si estás cansado te ayuda a descansar. Ojalá que legalicen la marihuana antes que me muera”.

Ya es tarde. Piti mira el reloj y dice que ya no más, que está cansado. “Chao cabros, déjenme escansar ahora”. Antes de despedirse, la última pregunta: ¿Extraña su vida de futbolista? “No, porque la vida que tengo ahora tampoco es mala. Lo paso bien. Lo que sí, nunca pensé que mi vida sería tan linda. Te lo digo de verdad, yo soy feliz”. Pititore sonríe. Pese a todo, vive la vida que siempre quiso.b

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