La Tercera

Bruno Mars: la máquina del ritmo

- Marcelo Contreras

Adele vaticina que se va a convertir en el artista más grande del mundo mientras Forbes lo sitúa entre las celebridad­es de mayor influencia citando su colaboraci­ón en Uptown funk de Mark Ronson en 2015, single que contabiliz­ó 14 semanas consecutiv­as en el primer puesto. Bruno Mars (31) dejó pasar cuatro años desde Unorthodox jukebox, álbum destinado a figurar entre los más eficientes de la década en la casilla del pop más comercial, a ratos abrumador por la cantidad de influencia­s procesadas por este artista de raíces latinas nacido en Honolulu. En un panorama donde las estrellas musicales reconocen con dificultad la historia del género apenas hasta Michael Jackson, Mars ofrece una vocación casi pedagógica por explorar el último medio siglo, analizar a los maestros, y elaborar canciones sedientas de rankings y con pasta de clásicos. El single Locked out of heaven del anterior disco, encarna pop llevado a la perfección.

A diferencia de figuras como Rihanna y Drake, con trabajos kilométric­os que se van diluyendo hacia el final bordeando lo insulso, Bruno Mars hace entregas concretas y concisas. En 24K Magic hay 9 canciones en 33 minutos, en el anterior 10 cortes cubriendo 34 minutos, álbumes que se pasan rapidísimo y dejan con gusto a poco con el enganche de coros profundame­nte melódicos, que se internan en las lecciones de los grupos vocales afroameric­anos de los 60 y su evolución.

Si hace cuatro años el polo magnético era Michael Jackson, ahora las primeras reverencia­s apuntan hacia James Brown. La transfigur­ación vocal en Perm es impresiona­nte -se puede saborear la tesitura vocal del “Padrino del soul”-, con un ritmo de pura dinamita extraída de las raíces del funk. Luego Mars dirige el timón hacia el mismo periodo enfilado por otras obras pop de gran manufactur­a y ventas del último tiempo, como 1989 (2014) de Taylor Swift y lo último de The 1975: la segunda mitad de los 80 y los albores de los 90, cuando los sintetizad­ores y las programaci­ones eran las principale­s herramient­as de la música masiva. A partir de That’s what I like, Mars profundiza su buceo en el neo soul de sintetizad­ores como el que dio fama a The Deele (donde militaban Babyface y Antonio “L.A” Reid), Dan Hartman, Ready for the world y DeBarge. Versace on the floor es una balada con el claro propósito de ser usada como arma de seducción. El romanticis­mo de Straight up & down es más cándido sin perder efectivida­d, inclinándo­se hacia el R&B del inicio de los 90. Calling all my lovelies contiene una letra capaz de enfurecer los temperamen­tos feministas sobre una chica que se hace rogar, mientras Bruno deja en claro que con solo chasquear los dedos puede tener a quien quiera. La última, Too good to say goodbay reincide en esa clase de balada que podía acompañar las escenas románticas de una comedia hollywoode­nse hace 30 años. A Bruno Mars se le puede criticar el excesivo empeño por recrear estilos y rendir homenajes cediendo terreno a la originalid­ad. Pero fabricando hits para sintonizar largo rato, no hay cómo apuntarlo. Es una máquina.

Mars ofrece una

vocación casi pedagógica por explorar el último medio siglo en la

música.

Si hace cuatro años el polo magnético

era Michael Jackson, ahora las

reverencia­s apuntan a James

Brown.

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