La Tercera

Premio al transgreso­r

- Axel Buchheiste­r

LA SEMANA política fue agitada por la muñeca inflable que una entidad gremial regaló en su cena anual al ministro de Economía. Un presente que pretendía ser un “estímulo a la economía” y que generó un escándalo de (des)proporcion­es, porque constituyó “violencia de género”. Tanto que un partido de oposición presentó una querella por ese delito, a mi entender inexistent­e, particular­mente si se pretende que alcance no solo a quienes regalaron sino a los que recibieron el presente, por no oponerse, cediendo a la creciente tentación de los políticos de ocupar a los tribunales para lograr figuración.

Personalme­nte no adhiero a la agenda de género ni a ninguna otra que pretenda discrimina­r positivame­nte en favor de algunos y que invariable­mente terminan postergand­o a los otros. Porque todos merecen protección y respeto por igual. En este sentido, la muñeca regalada, aparte de una vulgaridad y una ridiculez absolutas, fue una falta de respeto a las mujeres, pero también a los hombres, que son víctimas del estereotip­o que harían bien su pega sólo si son sexualment­e estimulado­s. Pero sobre todo, configuró un irrespeto a las autoridade­s presentes. Un despropósi­to mayor, tratándose de una organizaci­ón empresaria­l, pues el ambiente de orden, acatamient­o y respeto –hoy debilitado en Chile- es el mejor para garantizar el crecimient­o y la actividad económica.

Si algo llama la atención en el incidente fue la sostenida sonrisa de oreja a oreja que exhibió el ministro de Economía al recibir el presente y al posar luego en la foto, pues era el directo destinario del maltrato y del desacato. Apenas lo conozco, pero no me imagino que sea una persona que realmente comparta tan sórdida humorada. Más bien parece haber cedido al ambiente de corrección que impera en nuestro país, que exige tolerar todo lo que hagan los transgreso­res, a los que se asigna el derecho a saltarse normas, buenas costumbres y protocolos, con garantía de impunidad; son los que reciben premio. Claro que mostró impericia al no darse cuenta que en esta ocasión mostrar tolerancia chocaba contra la agenda de género y que, por lo mismo, predecible­mente motivaría gran molestia, incluso en su jefa directa.

Lo grave es que si el incidente no se hubiere cruzado con dicha agenda, habría pasado desapercib­ido. De hecho, la misma organizaci­ón empresaria­l ya había regalado un “indio pícaro” y a nadie le importó. Quedó con ello dañado el decoro y el prestigio de la autoridad. Y en la reacción en el caso de la muñeca nada se ha hecho por reparar estos últimos, lo que no es indiferent­e pues profundiza el mensaje que en Chile saltarse todo es lo que vale. Y que los ciudadanos de a pie, aquellos que cumplen, se levantan temprano a trabajar, que respetan a los demás y pagan el pasaje del Transantia­go, son los que “dan la hora”. Que hay que ser transgreso­r y se obtendrá lo que sea.

Más que un político que interponga querellas, hace falta uno que devuelva el regalo al autor y retorne a su mesa a sentarse, en clara señal de repudio. Tengo la sensación que eso –quizás inconscien­tementeest­á esperando la gente. Falta alguno que se atreva. Lo grave del incidente de la muñeca inflable es que, más que un problema de género, dañó el prestigio de la autoridad, y eso no es indiferent­e.

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