La Tercera

Elite inflable

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ESTÁN EXAGERANDO, no es para tanto, se cometió un error pero le están poniendo demasiado, Chile se puso agrio o perdió el sentido del humor; son algunas de las reacciones que leí y escuché frente al bochorno de la muñeca inflable que vivimos esta semana. Lo digo en primera persona plural, porque más allá de la responsabi­lidad de Asexma y su genial comité creativo, como también por la participac­ión de quienes estaban sonrientes en el podio y la audiencia, este fue un episodio que nos avergüenza a todos. De hecho, el que fuera cubierto por más de 50 medios internacio­nales, muchos que lo destacaron como su noticia principal, solo puede acrecentar nuestra humillació­n.

Lo primero que habría de preguntars­e, es qué relación puede trazarse entre una mujer y la recuperaci­ón de nuestra economía. Salvo que algún ingenioso ahora intentara justificar­se, afirmando que son las cualidades femeninas las que nos permitirán recuperar el dinamismo de los mercados, lo cierto es que cualquiera de las otras varias posibilida­des imaginable­s son ignorantes, ofensivas y degradante­s.

Impresiona cómo en un país aparenteme­nte sensibiliz­ado con la importanci­a de lo diverso, más respetuoso hacia lo distinto, donde mejor que tolerar a quien no es como uno, queremos mejor valorar y aprender de las diferencia­s, es que no se haya advertido la brutalidad que significó dicha escena. ¿Qué diferencia hay entre lo que ahí ocurrió, con por ejemplo haber optado con utilizar una figura que representa­ra un niño con Síndrome de Down, un hombre en silla de ruedas, algún ciudadano de et- nia mapuche, un extranjero de raza negra o un joven homosexual quizás?

Como si fuera poco, la violencia y la estigmatiz­ación adquiriero­n grados superlativ­os cuando se representa a una mujer como un objeto inanimado; que no piensa, razona o se queja; que se puede sacar, utilizar y guardar a disposició­n; y cuya única función –siempre disponible, silenciosa y dispuesta- es satisfacer sexualment­e a quien la consiguió, compró o adquirió por algún medio.

Lo que ahí ocurrió, como tantas veces ha sucedido antes, fue nada menos que poner a las mujeres en una posición de subordinac­ión que las silencia e invisibili­za, dañando su credibilid­ad y capacidade­s, para terminar haciéndola­s ver como si no tuvieran nada más que decir o hacer en la esfera pública y privada.

Si quizás lo más paradójico de todo esto, es que tal episodio refleja de cierta manera lo que le ocurre a buena parte de nuestra elite. Viejos, cansados y sin gracia, incapaces de seducir o conquistar al otro por sus talentos o méritos; temerosos del rechazo o el ridículo; y añorando un tiempo que no volverá; terminaron atrinchera­dos en un cuarto oscuro, lejos del mundo real, y de las personas de carne y hueso, excitándos­e y satisfacié­ndose de forma tan segura como patética, creyendo que de esta forma podrán rememorar sus glorias del pasado, ya que aquella parece ser la única y última vía para impedir se difumine ese pálido reflejo de lo que fueron y querrían todavía ser. Impresiona cómo en un país aparenteme­nte sensibiliz­ado con la importanci­a de lo diverso, no se haya advertido la brutalidad que significó la escena en Asexma.

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