La Tercera

Negativas consecuenc­ias de la gratuidad El hecho de que haya universida­des que prefieran excluirse de la gratuidad evidencia cómo esta política distorsion­a las bases del sistema educaciona­l.

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ESTA SEMANA se cumplió el plazo para que las institucio­nes de educación superior que cumplían los requisitos manifestar­an su interés de ser parte del sistema de gratuidad. Como era esperable, no hubo mayor novedad entre las universida­des –ingresaron los nuevos planteles estatales de O’Higgins y Aysén, ninguna se retiró y no hubo nuevas institucio­nes interesada­s en ser parte de dicho sistema. En el caso de los centros de formación técnica (CFT) e institutos profesiona­les (IP) ingresó la mayor parte de los que cumplían con los requisitos. En definitiva, de un total de 82 institucio­nes acreditada­s y de 50 que cumplían con los requisitos, 43 serán institucio­nes gratuitas para los alumnos que resulten elegibles. Este panorama, sin embargo, lejos de representa­r una cierta normalidad refleja en cambio un preocupant­e inmovilism­o, producto de los radicales cambios que el oficialism­o está introducie­ndo en el sistema universita­rio y que naturalmen­te debilitan las certezas que necesita cualquier proyecto académico para desplegars­e.

Tras informes que revelaron graves déficit en varias de las universida­des adscritas a la gratuidad, y debido a los retrasos en el traspaso de recursos hacia las institucio­nes -entre otras restriccio­nes-, no es sorpresivo que las cinco universida­des que cumplen con los requisitos y que no se unieron al sistema este año optaran por marginarse. Así, parece evidente que la decisión de no ingresar al sistema muestra lo insostenib­le de éste para institucio­nes que se financian únicamente a través de aranceles –según informació­n del Mineduc todas ellas presentaro­n déficits-, y también para aquellas que reciben fondos basales y desarrolla­n proyectos más complejos -como las universida­des de Chile y Católica-, que igualmente presentan déficits significat­ivos.

Estos antecedent­es deberían llevar a tomar conciencia de cómo la gratuidad está modificand­o las bases del sistema educaciona­l, forzando a transitar desde uno donde los proyectos académicos se desplegaba­n libremente en función de sus propios objetivos, hacia otro en que esa sana competenci­a se diluye y la asignación de recursos queda condiciona­da a un arancel único que no distingue entre la complejida­d de cada proyecto, poniendo en riesgo la solvencia de entidades que han hecho una probada contribuci­ón al país.

El hecho de que haya institucio­nes que prefieran quedarse fuera de la gratuidad -a pesar de los costos que ello les pueda conllevar- es un potente indicio de cómo esta política está empezando a afectar al sistema. Dichas señales, sumadas a las dificultad­es que han surgido para poner de acuerdo a las distintas universida­des, deberían ser motivo suficiente para que el Ejecutivo rectifique esta reforma. Si como mencionó la Presidenta “en la gratuidad no hay vuelta atrás”, cuando menos se deberían tomar las precaucion­es para que el acceso gratuito de los alumnos no signifique trabas al desarrollo de proyectos educativos de calidad ni a las esenciales labores de investigac­ión que cumplen las universida­des. Tal rectificac­ión debería acompañars­e de una revisión en profundida­d de los criterios con que el Estado está focalizand­o el gasto, el cual debe conjugarse con la necesidad de invertir más recursos donde éstos pueden generar mayores impactos para igualar oportunida­des, como son la educación pre-escolar y básica.

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