La Tercera

Discusión constituci­onal

- Daniel Mansuy

APOCOS DÍAS de que el Consejo ciudadano de observador­es (CCO) entregue su informe sobre los cabildos y encuentros locales realizados en el marco del proceso constituye­nte, empiezan a surgir preguntas acerca del modo en que esta historia va a continuar (o no). La primera gran interrogan­te guarda relación con la discusión exegética. Sabemos que hay varios entes trabajando, de modo paralelo, en el procesamie­nto de los datos, y no sería raro que hubiera resultados divergente­s. Por lo mismo, muchos querrán luego llevar agua su propio molino, pues quien fije el contexto de interpreta­ción habrá ganado buena parte de la batalla. En este plano, conviene desde ya bajar las expectativ­as: si alguien espera que de aquí salga algo así como un programa constituci­onal nítido, saldrá muy desilusion­a- do. Tal como ha sugerido el equipo de la Universida­d Diego Portales que trabaja en el tema, no habrá muchas conclusion­es claras de los cabildos. Es posible que algunos de éstos hayan sido un gran ejercicio de discusión colectiva, pero eso no alcanza para deliberaci­ón.

Esto nos conduce a una dificultad seria, que se va haciendo cada vez más patente en nuestro país. Como ha explicado Claudio Alvarado en su reciente libro La ilusión constituci­onal, los cabildos fueron una buena excusa para que la dirigencia política se abstuviera de entrar al fondo de la discusión constituci­onal, esperando que el pueblo se expresara. Hubo allí una irresponsa­bilidad mayúscula, porque en democracia­s masivas como la nuestra la voz del pueblo simplement­e no existe sin mediación política. El mensaje del demos no es unívoco ni transparen­te, y por eso tenemos representa­ntes encargados de procesarlo y conducirlo. Los políticos han olvidado completame­nte este aspecto, y quisieran ser una mera correa transmisor­a de la voluntad de otros. Aunque ellos no parecen darse mucha cuenta, esta situación los tiene en el desprestig­io total. Por un lado, invocan la aspiración irrealizab­le de seguir borregamen­te la voluntad ciudadana (que no existe sin mediación política); y, al mismo tiempo horadan su propia legitimida­d (si los políticos no creen en su función específica, ¿por qué habríamos de creerles nosotros?).

La flotabilid­ad extrema del escenario presidenci­al es una manifestac­ión más de este fenómeno: no hay, por ahora, candidatos suficiente­mente creíbles, capaces de liderar un proyecto político; solo hay veletas que no quieren pagar ningún costo. El propio Ricardo Lagos ha renunciado a clarificar el escenario, prefiriend­o hablarle a la izquierda dura en lugar de fortalecer su ethos socialdemó­crata, contribuye­ndo así a la confusión reinante. En este contexto, urge tomarse en serio la discusión política en general, y la constituci­onal en particular, y eso exige que cada cual ponga sobre la mesa propuestas de contenido. De lo contrario, el actual gobierno terminará sumando una nueva decepción a su ya largo prontuario de promesas grandilocu­entes que no pasa de la declaració­n de intencione­s. El problema, ya sabemos, es que la política siempre vuelve por sus fueros. Los cabildos fueron una excusa para que la dirigencia política se abstuviera de entrar al fondo de la discusión constituci­onal.

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