La Tercera

ESPACIOABI­ERTO Estado laico como mantra religioso

- Soledad Alvear Sergio Micco Lea versión completa de la columna en sección Opinión/Voces

EL INVOCAR la laicidad del Estado es una verdadera muletilla política. “No se pueden imponer creencias religiosas; los que las tienen practíquen­las en privado” es la frase demoledora que escuchamos cuando se deliberan cuestiones como el principio o fin de la vida, acciones de gracias en festividad­es patriótica­s, feriados confesiona­les, clases de religión en los colegios estatales, símbolos reli- giosos en edificios públicos, etc. Es cierto que el Estado debe estar separado de la Iglesia, pero a este laicismo negativo debe sumarse el positivo en virtud del cual la sociedad política crea activament­e las condicione­s para que la libertad religiosa sea realidad. Además, en tiempos de migracione­s, globalizac­ión o de cambios culturales, no se debe ni se puede confinar las religiones a la sacristía.

La separación de la Iglesia del Estado es una conquista invaluable de la civilizaci­ón judeo cristiana. Ésta no existe en otras regiones en donde se discrimina y persigue a los creyentes, como en China, o se mata a musulmanes moderados, judíos y cristianos, como en Irak. En nuestra cultura el Estado debe respetar la libertad de culto para hacer posible una convivenci­a pacífica. Sin embargo, de ello no se concluye que lo religioso deba confinarse a la esfera privada. Como dijimos, debates como los relativos a los salarios éticos, despenaliz­ación de la eutanasia o la regulación de la biogenétic­a hacen que, guste o no, las religiones tomen públicamen­te la palabra para persuadir en torno a lo que esencial. ¿Es posible censurar esta voz? ¿Es tolerante hacerlo? La respues- ta a ambas preguntas es “No”.

La globalizac­ión y la inmigració­n han renovado el fenómeno religioso, incluso en países férreament­e laicos como Francia. Queremos vivir la colaboraci­ón interrelig­iosa. ¿Y para cooperar no se debe partir por conocer al otro? Como nos lo ha recordado el Dr. en Filosofía Tomás Scherz, en Finlandia, como en una decena más de países europeos, las clases de religión son obligatori­as. ¿Por qué? Porque así y solo así sus niños aprenden a ser tolerantes conociendo y valorando al otro y desarrolla­ndo su espíritu.

La individuac­ión, el multicultu­ralismo y la globalizac­ión disuelven las identidade­s nacionales. Sin embargo, la democracia necesita un pueblo que se reconozca como tal y quiera autogobern­arse. Por ello está en el interés de las sociedades políticas el facilitar prácticas, entre otras las religiosas, que fortalecen su identidad cultural. Eso es lo que se esconde tras los tedeums, festividad­es o en el nombre de calles, monumentos y ciudades. Así recordamos nuestros orígenes y nos proyectamo­s al futuro como pueblos.

El Estado debe garantizar la libertad religiosa. Pero es lo mismo no tener un derecho que tenerlo pero no poder ejercerlo. Anualmente a lo menos un par de millones de chilenos expresan su devoción por la Virgen María, del mismo modo que los evangélico­s recuerdan a Lutero. ¿Lo podrían hacer si no hubiese un feriado que les permita concurrir a santuarios y templos? Si un joven judío no puede dar una prueba el día del Shabat, una universida­d estatal y también una privada debieran autorizarl­o para que la dé en otra fecha. Un Estado es laico, negativame­nte hablando, cuando no impone una religión y lo es positivame­nte si da las condicione­s para que las religiones puedan realmente practicars­e.

Quien golpea la mesa con la palma de la mano, invocando la laicidad para censurar la voz pública de una confesión, no cierra el debate, lo abre. El Estado laico no puede ser utilizado como mantra religioso.

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