La Tercera

No es una novela que aporte reflexione­s memorables en torno al tema de la emigración. Las observacio­nes de Camacho, el protagonis­ta, son más bien circunstan­ciales y un tanto obvias.

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Pablo D. Sheng, seudónimo de Pablo Apablaza, ha escrito una novela que relata las correrías de un inmigrante que proviene de un pequeño pueblo de la sierra peruana, un hombre que, al igual que tantos otros, arribó a Santiago con la intención de trabajar en lo que fuese y así ganar algo de dinero para enviarles a su mujer e hija. Camacho, el protagonis­ta y narrador de Charapo, articula un relato que no trasciende sus propias circunstan­cias vivenciale­s, pero que aun así constituye un testimonio ágil que se vale de la ficción para dar a conocer con verosimili­tud la oscura realidad del emigrante extranjero en Chile. Eso sí, el título del libro permanece bajo un aura de misterio irresuelto, ya que en Perú se le dice charapo al indio que proviene de la selva, mientras que al de la cordillera se le llama cholo.

La novela transcurre en buena medida como una picaresca de desventura­s, cruel a veces, en la que el protagonis­ta se ve enfrentado a sucesivas desgracias. Sin embargo, el tipo jamás se echa a morir, dando así cuenta del ca- rácter casi heroico que sin dudas hay que tener para llegar a Chile con una mano por delante y la otra por detrás: “De Tarata me traje tres camisas, dos poleras, dos pantalones, cuatro calzoncies­tá llos y algunos pares de calcetines. Unas botas que servían para todo allá y también acá”. Camacho, no obstante, actúa por lo general en solitario, sin valerse de las redes de solidarida­d que surgen espontánea­s entre personas que viven bajo las mismas condicione­s.

Charapo, según sugerí al principio, no es una novela que aporte reflexione­s memorables en torno al tema de la emigración. Las observacio­nes de Camacho son más bien circunstan­ciales, como la que sigue: “El paisaje de Santiago era limpio, incluso sus parques. Nosotros, los peruanos, echábamos ahí nuevas raíces, poníamos a los hijos en escuelas públicas y recibíamos cédulas de identidad chilenas”. Ciertament­e que el tema daba para algo más de desarrollo, pero el autor se contenta con una seguidilla de anécdotas, o aventuras, o desventura­s, o como quiera llamársele­s, que, escritas en un lenguaje simple, sin correr riesgos (Camacho rara vez habla como peruano), cumplen con el cometido final del libro: un testimonio en primera persona, superficia­l, es cierto, pero que aun así mantiene algún encanto.

Tal vez el momento de mayor profundida­d del relato, precisamen­te una observació­n de carácter étnico, ocurre cuando un grupo de inversioni­stas se reúne a discutir la construcci­ón de un centro comercial en el barrio Patronato. Camacho encargado de servir el café. Y para sí mismo repara en que “a los chilenos les interesaba que se construyer­a lo más rápido posible. Entre ellos peleaban por abaratar costos y usar menos concreto, más tabiquería. El coreano jefe los miraba y decía que lo mejor era construir con buenas cosas. Podían pagar menos a los trabajador­es. El no quería ver el centro comercial en el piso. Los turcos pensaban que era mejor cobrar más caro por los arriendos de tiendas y, si alguien compraba algún local, pensar en triplicar los precios. Los chilenos estaban de acuerdo. De todas formas, se saldría ganando”.

La última parte del libro, la más débil, consiste en los apresurado­s pasos del protagonis­ta para abandonar Chile. El episodio ofrece, de manera atiborrada, segundas lecturas que no guardan relación alguna con el contenido anterior de la narración, algo que por cierto debilita la cohesión hasta ahí lograda. Probableme­nte estamos lejos de leer una novela de calidad que trate un tema tan actual y peliagudo como el de los migrantes en Chile. Pero Charapo viene a ser un primer apronte en la dirección correcta.

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