Zygmunt Bauman
Señor director:
Ha muerto Zygmunt Bauman, un pensador imprescindible para comprender el mundo de hoy. Supo desmarcarse de la rígida interpretación del marxismo más ortodoxo para mirar desde perspectivas más flexibles la sociedad moderna.
Hizo aportaciones fundamentales. Por una parte, su caracterización de modernidad líquida, para referirse a la realidad actual, dominada por la incertidumbre, la inseguridad y la desprotección. Advirtió con enorme claridad la forma en que se desmoronaban buena parte de los moldes existentes, en diversas facetas de la cotidianeidad. “Como resultado – señala - la nuestra es una versión privatizada de la modernidad, en la que el peso de la construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso caen primordialmente sobre los hombros del individuo.”
Bauman se ocupa, además, de desentrañar el elemento que, a su juicio, explica el malestar existente en las democracias occidentales. Al comenzar En busca de la Política se hace una pregunta, tan certera como angustiante: “Si la libertad ya ha sido conquistada, ¿cómo es posible que la capacidad humana de imaginar un mundo mejor y hacer algo para mejorarlo no haya formado parte de esa victoria? ¿Y qué clase de libertad hemos conquistado si tan solo sirve para desalentar la imaginación y para tolerar la impotencia de las personas libres en cuanto a temas que atañen a todas ellas?”
Tanto en ese texto, como fundamentalmente en Estado de Crisis, concluye que la causa de esta desafección es la creciente distancia entre el poder y la política. La separación de estas esferas ha dejado al ciudadano en la indefensión y al sistema político en una encrucijada. La ciudadanía espera respuestas de órganos y niveles cuyas atribuciones son insuficientes para entregarlas. “Los ciudadanos creen progresivamente menos en la capacidad de sus gobiernos para cumplir lo que prometen” – sentencia, argumentando la “crisis de agencia” de los Estados-Nación modernos –y sus gobiernospara hacer frente a desafíos globales.
Indudablemente, en cada país y realidad existen factores institucionales y de prácticas políticas que agudizan esta dificultad esencial, pero es en este descalce entre problemas globales y soluciones locales, y en la paulatina individualización de las sociedades modernas, donde encontramos el germen originario del malestar, la apatía y la incertidumbre. Señor director:
El domingo 8 de enero, en su columna titulada como esta carta, Óscar Contardo hace referencia a los resultados de la última encuesta CEP, en la cual la PDI figura en el segundo lugar en materia de confianza.
Al margen de la hipótesis planteada por el columnista sobre por qué la ciudadanía confía en las policías y las Fuerzas Armadas, más que en otras instituciones, se plantea la existencia de “redes de corrupción de la PDI en Extranjería”. Frente a esto, es necesario precisar que la situación a la que el autor alude se refiere al Departamento de Extranjería, repartición que no pertenece a la Policía de Investigaciones. Por el contrario, fue precisamente la PDI quien investigó, detuvo y puso a disposición de la justicia a los imputados por estos ilícitos.
Posteriormente, se atribuye a la PDI una supuesta “impericia para resolver casos complejos”, afirmación que resulta injusta, sobre todo si se recuerda la gran cantidad de indagaciones de gran complejidad resueltas por la PDI en materias como los crímenes de lesa humanidad que se cometieron en Chile, así como lo que dice relación con Narcotráfico, Crimen Organizado y Homicidios, entre otras áreas.
Por cierto, hay casos que esperan solución y otros en los cuales la justicia ha dictado absoluciones, como sucede en todas partes del mundo, pero estimamos que ello no permite efectuar una afirmación de dicha naturaleza y, por ende, invitamos al señor Contardo a acercarse a la PDI y conocer la realidad de sus investigaciones. Señor director:
El doctor Sergio Valenzuela, en su carta publicada ayer, se refiere al proyecto de ley enviado por el gobierno que despenaliza el aborto y que la próxima semana se votará en la Comisión de Constitución del Senado, señalando en cuanto a la segunda causal en discusión, que es problemático asegurarle a una madre si su hijo vivirá o no vivirá, y que en algunos casos, ellos viven “más allá de lo anecdótico”. Agrega que con un diagnóstico de inviabilidad se elimina toda posibilidad de ayuda hacia la mujer, su pareja o su familia.
Sobre la primero, se me viene inmediatamente a la mente –solo a modo ejemplar– el diagnóstico de anencefalia, pues inclusive ante esa dramática y extrema situación, puede existir sobrevida (horas, días, meses inclusive), pero se sabe con absoluta certeza que ese ser no podrá vivir su propia vida y morirá inexorablemente, sin que esa sobrevida tenga algún sentido para sí mismo. Por tanto, reitero lo dicho: debemos asumir que en esta causal los derechos de la mujer se ven altamente afectados y reconocer honestamente la imposibilidad de hacerle un bien al ser en gestación. En mi libro, me refiero más en detalle a lo acá señalado.
Sobre lo segundo, creo firmemente que aun cuando la situación en sí misma es altamente compleja en términos emocionales, la mejor ayuda que puede recibir la mujer de parte del Estado –además del necesario apoyo sicológico– es respetar su opción, pues es la imposición estatal la que transforma esta experiencia en una tortura, según lo han reconocido diversos organismos internacionales, como el Comité de Derechos Humanos de la ONU.