La Tercera

La madre del triatlón chileno

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Ana María Lecumberri (49 años), la jefe técnico de la rama de Triatlón de la UC, está sentada bajo una sombra, refugiándo­se del inmiserico­rde sol que achicharra al mediodía en San Carlos de Apoquindo, en pleno circuito de cross country. Hay una cancha de fútbol al medio y un zigzaguean­te camino de 400 metros exactos rodea el lugar. Ella está a un costado, recordando dónde estaba ubicado todo -o en realidad nada, porque no lo había- cuando el club se mudó a las nuevas instalacio­nes en 2007.

Y aunque lucha por evitarlo, la Dama de Hierro del triatlón chileno no tarda mucho en quebrarse. “Es que yo luché contra todos para que esto resultara, para tener todo esto. Los gerentes me pedían números y yo se los daba”. No se confunda: los números a los que Lecumberi se refiere no son las marcas que sus atletas conseguían en todas las competenci­as nacional o internacio­nal en que participab­an. Se trata de cifras duras, de ingresos, dinero básicament­e.

La historia de Lecumberri está cargada de tintes románticos, códigos de honor y sacrificio­s inexplicab­les estos tiempos. También de horas extras y trabajo gratis entregado a una causa en la que cree hasta el día de hoy, aunque los años llevando atletas al alto rendimient­o poco a poco la están agotando.

Lo paradójico es que nunca fue el triatlón su amor deportivo, sino que el atletismo. Fue velocista y fondista, pero una lesión terminó sacándola del rekortán y llevándola adonde está ahora.

Se podría decir que es la gran mentora de la disciplina en Chile y no se estaría incurriend­o en error. Aunque ella, claro, se negará a aceptar el título, y preferirá decir que sólo es apasionada por lo que hace. Pero lo cierto es que todos los candidatos chilenos al podio del medio Ironman de Pucón de este año han sido sus alumnos en alguna etapa de sus carreras; el dato habla por sí solo.

Ana María, descendien­te de padre vasco y madre chilena, comenzó a entrenar a niños desde 1989, cuando apenas era una estudiante de Educación Física. Fue ella quien a mediados de los ‘90 comenzó con la idea de los campamento­s de verano para niños triatletas, en los que Mario Fava, Felipe Van de Wyngard, Felipe Barraza, Bárbara Riveros o Valentina Carvallo, entre otros, crecieron como deportista­s; algo impensado para la época.

“No había vacaciones, Yo tenía casa en Concón y para allá me llevaba a los niños a entrenar. Para ir a Pucón arrendábam­os un bus que lo llenábamos de chicos de todos los clubes que iban a competir y así...”, confiesa la entrenador­a, que ahora se enfoca en el equipo de elite cruzado.

Por su visión y frontalida­d, muchas veces chocó con apoderados y atletas. Se reconoce dura, estricta y de una sola línea, aunque tras esa coraza se esconde sólo una mujer idealista. De todas las entrenador­as latinoamer­icanas, ella es la más capacitada, y en Chile no hay quien le haga el peso, ni en hombres ni mujeres. “Mi papá siempre me decía: ‘si tú fueses chaval estarías en el cielo”, dice. Ofertas nunca le faltaron para explotar su carrera, pero decidió siempre quedarse en Chile para trabajar con los suyos.

“Mi marido es enólogo y se fue a trabajar al sur. En la viña le ofrecieron pagarme el mismo sueldo que recibo acá para que me fuera con él, pero no quise. ¿Es que si no estoy acá quién sigue con todo esto?”, se pregunta. Anita es rebelde, perfeccion­ista, trabajólic­a y maniaca; es de esas personas que dejan hasta a la familia a un lado con tal de alcanzar sus objetivos trazados. Chile necesita más Anitas Lecumberri.b

Siempre me preguntan lo mismo pero las respuestas siempre adquieren un nuevo significad­o. ¿Qué es para mí Pucón? Pues mucho, por no decir todo. Es una carrera que tiene unos tintes especiales. Fue allí donde logré mejorar mis resultados a nivel nacional con grandes figuras, cuando prácticame­nte ningún deporte traía a exponentes importante­s a Chile. Nunca olvidaré, por ejemplo, el día en que derroté a Mark Allen. Eso por un lado.

Por el otro, está el factor místico que encierra la carrera. Uno siempre queda maravillad­o con el entorno, un lugar que he gozado plenamente en mi vida, donde tengo incluso mi casa y muchos recuerdos. Allí he vivido momentos mágicos, visito todos los rincones, es mágico. Pucón representa, de alguna manera, todo lo que yo soy.

El triatlón como sí mismo se vive allí como en ningún otro lugar de Chile. Es tan grande el apoyo que la gente entrega, que lo comparo como cuando en Santiago juega la Selección. Ésta es la carrera en la que uno se siente muy chileno, porque allí todos iban a ver al chilenito ganarle a un gringo.

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