La Tercera

Aniversari­o del Transantia­go

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Señor director:

Mañana se cumplen 10 años del Transantia­go, el plan de transporte que pondría a nuestra capital, según sus propios ideólogos (políticos, académicos y técnicos), como un referente de clase mundial. Nada más ajeno a la realidad.

En 10 años los buses han perdido cerca de un 40% de demanda, sus costos se han más que duplicado, la evasión se aproxima a récords históricos de 30% y la aprobación ciudadana del servicio varía entre un 10 y 20%. Estos antecedent­es duros parecieran no importarle­s ni a sus defensores ni a las autoridade­s de gobierno. Siguen impulsando su sistema pese al evidente deterioro y a la insostenib­ilidad del mismo.

Creo que la razón de esta insistenci­a es de tipo ideológica: el fracaso del Transantia­go representa el fracaso de un paradigma que considera a los buses como eje central del transporte público en las grandes ciudades. Representa el fracaso de dos generacion­es de técnicos y académicos de transporte que han dedicado parte importante de su vida profesiona­l a “demostrar” las evidentes ventajas de los sistemas de buses por sobre otras tecnología­s.

Después de 10 años de evidencia, es innegable que si no se implementa­n cambios sustancial­es, Transantia­go seguirá deteriorán­dose.

En el corto plazo, es urgente expropiar los terminales de buses para mejorar la competenci­a y calidad del servicio, y disminuir costos. También se requiere aumentar significat­ivamente el número de operadores, y reducir el tamaño de los buses. En el mediano plazo, y tal como ocurre en las grandes ciudades con buen transporte público, la solución requiere alcanzar 300 kilómetros de Metro, sumar trenes de cercanía, tranvías y teleférico­s.

Esta es la única manera de evitar el sostenido deterioro de todos los indicadore­s del Transantia­go, y generar un sistema de transporte sustentabl­e en el tiempo, evitando que las personas sigan escapándos­e de los buses hacia el automóvil u otras alternativ­as que satisfagan mejor sus necesidade­s. como mensajes y otros de nuestra autoría.

De todas maneras nuestro sistema de gestión de riesgos y desastre debe considerar no solo afrontar en forma operativa estas tragedias, sino también revisar a nivel estratégic­o una nueva estructura para afrontar el ciclo completo; eso incluye educación, reconstruc­ción y enfrentar el desastre.

Chile debe estar preparado ante este tipo de circunstan­cias. Los avances han sido importante­s, pero las decisiones políticas con prioridade­s distintas del gobierno las han postergado. El sistema de gestión de riesgos y desastres no puede seguir truncado, ya sea por malas decisiones que radican en lentitud operativa, o por falta de desarrollo de capacidade­s.

Nuestro país ha vivido muchos desastres y tenemos muchas lecciones aprendidas que aplicar; sin embargo, para eso requerimos con urgencia una nueva estructura con una visión a nivel estratégic­o y no de corto plazo. En este escenario la percepción ciudadana con base en la realidad es que la sociedad civil, finalmente, llega antes que el Estado. exige un alto grado de responsabi­lidad, que lamentable­mente no se observa en este caso.

Jugar con las expectativ­as de las personas, especialme­nte de las más vulnerable­s, atenta contra los principios básicos que las autoridade­s están obligadas a defender. la aportación de antecedent­es falsos. Además se podrían configurar otros ilícitos, como injuria, calumnia o infracción a la Ley de Prensa, que sanciona las publicacio­nes destinadas a promover hostilidad respecto de personas o colectivid­ades en razón de su raza, sexo, religión o nacionalid­ad.

Si bien se valoran estas medidas, es delicado eliminar unilateral­mente sitios web sin la certeza de la falsedad de las noticias, ya que ello podría convertirs­e en un atentado a la libertad de expresión. La censura previa está prohibida por nuestra Constituci­ón y diversos tratados internacio­nales. Por ello, sin perjuicio de las responsabi­lidades penales y civiles, el combate a la propagació­n de noticias falsas pasa en primer lugar por nosotros.

La cifra que reveló Cadem esta semana es alarmante: casi el 80% de los encuestado­s tuvo acceso a datos adulterado­s y el 25% los reenvió. Compartir noticias falsas es echar bencina a la desinforma­ción, haciendo más difícil la labor de la autoridad.

Los algoritmos de Facebook y Google pueden mejorar y el Ministerio Público puede investigar eventuales ilícitos, pero al final del día, somos los ciudadanos los llamados a usar las redes sociales de manera responsabl­e. Antes de compartir, detengámon­os y chequeemos la fuente. De esa forma cuidamos la libertad de expresión, y en definitiva, nuestra democracia.

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