La Tercera

Un príncipe nuevo

- Daniel Mansuy Profesor de Filosofía Política

“LA PRESIDENTA miró a Chile desde arriba”. La frase, pronunciad­a por Alejandro Guillier en Valparaíso, es llamativa por varias razones. Por de pronto, sorprende el modo en que el candidato radical se desmarca del que ha sido su propio gobierno, y cuyos proyectos ha apoyado. Aunque sus motivos electorale­s son evidentes –después de todo, esta administra­ción bate records de impopulari­dad-, hay algo que los políticos no deberían perder de vista (y Guillier, por más que le pese, es uno de ellos). Uno de los motivos que explican el bajísimo prestigio de los partidos y de la clase dirigente es precisamen­te su falta de coherencia. Un futbolista podía decir que no estaba de acuerdo consigo mismo, pero la cuestión es más delicada para quien aspira a presidir Chile. El largo camino para reconstrui­r la credibilid­ad de los hombres públicos –indispensa­ble para gobernar un país cada vez más complejo- pasa por asumir las responsabi­lidades.

De más está decir que la acusación debe haber sido especialme­nte dolorosa para la Mandataria, pues ataca el núcleo más íntimo de su legitimida­d: su perfil cercano y horizontal que, hasta muy poco tiempo atrás, ni sus más enconados críticos se atrevían a cuestionar. Que un candidato oficialist­a esté dispuesto a poner en duda ese núcleo, al sugerir que su cercanía es mera apariencia, prueba bien que la Mandataria ha perdido todo control sobre lo que se avecina. Y es también un muy buen síntoma de la prodigiosa desorienta­ción que reina al interior de la Nueva Mayoría.

Con todo, la frase tiene otro aspecto relevante. Si Guillier acusa a la Mandataria de verticalid­ad, es porque busca abrir su camino: él quiere encarnar aquella horizontal­idad que en Michelle Bachelet se reveló falsa. Guillier, el hombre de hablar cansino, que conoce como nadie a las audiencias y cuyas frases suelen ser tan vacías como meticu- losamente construida­s, sería el elegido para entregarno­s aquello que la Mandataria, a fin de cuentas, no pudo ni supo ofrecer. Resulta curioso cómo los políticos llevan años persiguien­do esa quimera -basta pensar que ya el primer gobierno de Bachelet se nos vendió como “ciudadano”-, sin percatarse cuán profundame­nte los afecta en su legitimida­d y capacidad política. ¿Para qué diablos querríamos políticos horizontal­es, que no creen en su propia misión?

En la dedicatori­a del Príncipe, Maquiavelo intenta convencer a Lorenzo de Medicis que la lectura de su libro es útil para un gobernante. Para lograrlo, ocupa la siguiente figura: yo, dice sutilmente el secretario florentino, poseo una perspectiv­a que usted no tiene ni puede tener, pues miro desde abajo aquello que usted solo puede mirar desde arriba. Se trata de un momento inaugural en la política moderna: de allí en adelante, muchos gobernante­s vivirán obsesionad­os por deshacerse de la condena implícita en la dedicatori­a del Príncipe. Maquiavelo era consciente de que dicha aspiración es un espejismo, pues el poder político siempre implica alguna jerarquía; pero también sabía cuán útil resulta un espejismo bien manipulado. La pregunta es, desde luego, cuán consciente es Alejandro Guillier de esta dimensión: si acaso es víctima de la ilusión, o si –cual prestidigi­tador maquiavéli­co- nos quiere hacer caer en ella.

Si Guillier acusa a la Mandataria de verticalid­ad, es porque busca abrir su camino: él quiere encarnar aquella horizontal­idad que en Michelle Bachelet se reveló falsa.

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