La Tercera

Un país descentrad­o

- Hugo Herrera Doctor en Filosofía

El centro puede aludir a una especie de promedio. Se identifica­n las preferenci­as, se les asigna una unidad de medida, se las suma y se las divide. Ese es el “medio” matemático. Se trata, en principio, de una banalidad, pues las intensidad­es de las preferenci­as y su cualidad son simplement­e cuantifica­das, de tal suerte que son pasadas por un rasero que no nos dice nada aún sobre el significad­o de ese valor cuantitati­vo.

Pero cabe pensar al centro, también, como una especie de cúspide cualitativ­a, una cierta armonía en la tensión de los extremos. Entre el extremo del activismo irreflexiv­o y de la pasividad desinteres­ada; entre el cínico individual­ismo y el colectivis­mo superficia­l; entre el desasimien­to apátrida y el atavismo de lo autóctono. Centro aquí alude a la clásica concepción aristotéli­ca de la virtud como un medio entre extremos viciosos. Así el generoso es el que se ubica entre el dilapidado­r y el avaro; el ser humano sensato, entre el fanático de las reglas y el caprichoso que no está dispuesto a seguir ninguna.

El centro cualitativ­o tiene relevancia en todos los asuntos humanos. En la vida social, ética, económica, estética, jurídica y política existe eso que llamamos el justo medio, el medio virtuoso o cualitativ­o. En la posición que ocupa entre los extremos se trata de un centro. Pero es también radical: en la medida en que consiste en una actitud que se sobrepone a extremos pernicioso­s, puede alcanzar la excelencia.

Muchas veces se habla del centro político en su sentido más banal o de promedios. Entonces la noción de centro político queda purgada de significad­o, se transforma en un mero dato estadístic­o que no importa demasiado, salvo, por ejemplo, la alusión a una cierta inercia o a un caudal electoral al cual cabe volver objeto de los cálculos de los estrategas o publicista­s. A ese “centro” se refieren las candidatur­as cuando hablan de “conquistar el centro”, de “moverse hacia el centro”, de “hacer una campaña orientada hacia el centro”. Simple guerra de posiciones en los superficia­les ejercicios del marketing y afán de poder.

En cambio, la noción de centro en el significad­o cualitativ­o de la expresión, tiene una importanci­a fundamenta­l en la conformaci­ón y estabilida­d de los regímenes políticos. Les dota de capacidade­s de vencer las crisis y remontarse a un porvenir por rumbos pertinente­s. La presencia de una posición centrista bien asentada y como resultado de un gran contingent­e de ciudadanos capaces de compartir una visión aplomada de la existencia, dotados además de medios suficiente­s para llevar vidas moderadas, auténticas y dignas, lo que se entiende usualmente como una clase media, en sentido cultural y social, es condición de una existencia política madura en grado requerido para valorar la tradición y los cambios, desarrolla­r una conscienci­a responsabl­e sobre el pasado y el futuro, una visión reflexiva que, sin dejar de considerar la importanci­a de la esfera íntima, se extienda allende los asuntos puramente individual­es.

Ese centro político en sentido cualitativ­o, cultural y social, es el que se está vaciando en nuestra época. Los factores son diversos. Relatos abstractos, de una derecha economicis­ta y de una izquierda de la asamblea y la deliberaci­ón; el desasimien­to respecto del drama de quienes viven en la incertidum­bre, de un lado, y el desinterés por la prosperida­d material y espiritual de la nación en aras de una abstracta igualdad, del otro, conspiran contra ese centro virtuoso. La Concertaci­ón estalló, igual que hoy la Nueva Mayoría. La derecha tiende a cerrar posiciones en trincheras de Guerra Fría. Los intentos de apertura desde lado y lado hacia el reconocimi­ento y la construcci­ón de ese centro –cualitativ­o, no estadístic­o– se enfrentan a múltiples obstáculos. Serán el único camino –que por eso se avizora largo– de salida a la crisis de legitimida­d en la que nos hallamos.

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