La Tercera

Las anécdotas de Macron

- Daniel Mansuy Profesor de Filosofía Política

ES UNA anécdota”. La frase fue pronunciad­a por Jacques Attali, mentor de Emmanuel Macron, a propósito del cierre de una industria en el norte de Francia; y simboliza bien el eje que ha ido cristaliza­ndo progresiva­mente en Francia. Su avance ha sido lento pero inexorable, y su origen remoto puede encontrars­e en la estrecha aprobación del tratado de Maastricht en 1992. Se trata de un eje que no se deja aprehender por las categorías tradiciona­les, porque de algún modo se superpone a ellas.

¿Desde qué perspectiv­a la desindustr­ialización y cesantía de un país pueden ser vistas como anecdótica­s? Marx habría dicho sin dudarlo: desde el cosmopolit­ismo burgués. Attali, quien fuera asesor de Mitterrand, cree que la globalizac­ión es un proceso sin vuelta atrás que constituye un avance para la humanidad, más allá de los reveses circunstan­ciales. En esa lógica, las na- ciones están destinadas a ser reemplazad­as por complejas burocracia­s internacio­nales que no responden al demos. El individuo de Attali es un ser esencialme­nte móvil y sin arraigo, progresist­a que se pasea entre las grandes capitales y que lee con fruición las biografías de Steve Jobs. Si se quiere, es el individuo que encarna el fin de la historia, pues quiere ignorar el carácter conflictiv­o de la vida común. Matices más, matices menos, esta es la cosmovisió­n dominante al interior de las elites gobernante­s en Francia y en Europa, que han buscado hacer avanzar el proyecto federal contra la opinión explícita de sus gobernados.

Sin embargo, muchas personas no se sienten identifica­das con este relato. Es más, se consideran menospreci­adas por una mirada que, desde el privilegio, trata con desdén y altanería sus preocupaci­ones. Hay grandes zonas de Francia que han perdido con la globalizac­ión; y no es de extrañar que busquen refugio en discursos más proteccion­istas. Son los excluidos de la prosperida­d global, que no visten mejor ni ganan más dinero. Muy por el contrario, el proceso ha producido en ellos insegurida­d económica y cultural. David Goodhart ha explicado que el mundo se divide hoy entre los hombres de todos los lugares (anywheres) y los hombres de algún lugar (somewheres): hacerse cargo de esa brecha es uno de los grandes retos de la política contemporá­nea.

El problema estriba en que la clase política francesa se ha negado sistemátic­amente a ver esta realidad, regalándol­e una enorme masa de electores al Frente Nacional, cuyo programa es tan peligroso como simplista. En muchos sentidos, el éxito del discurso nacionalis­ta es efecto directo de la indolencia de las elites gobernante­s respecto de esta nueva forma de lucha de clases (que, paradójica­mente, la izquierda observa desde fuera). Muchos ven en Macron una luz de esperanza, pero en rigor su trayectori­a encarna hasta la caricatura todas y cada una de estas dificultad­es. Después de todo, es un banquero que llegó a ser favorito de las revistas de papel couché. Si Macron quiere ser algo más que una anécdota a la espera del triunfo de Marine Le Pen en cinco o diez años más, debe asumir el desafío mayúsculo de integrar en su acción y discurso no solo a los emprendedo­res de este mundo, sino también a aquellos que viven la otra cara de la moneda. Eso que los griegos llamaban política.

La clase política francesa se ha negado a abordar la realidad de los excluidos de la prosperida­d global, y en muchos sentidos el éxito del discurso nacionalis­ta es fruto de esta indolencia.

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