La Tercera

La amistad no es legal

- Pablo Ortúzar Antropólog­o social

DESDE El 2011 los políticos y los empresario­s han hablado hasta el cansancio de la “crisis de confianza” que afectaría al país, augurando negras tormentas que agitan los aires si es que no se reacciona a tiempo. Y aunque esta hipótesis tiene varias lecturas, una de las más populares entre sus expositore­s es la de una crisis de la civilidad. Es decir, una degradació­n de los vínculos sociales que entorpece y a veces imposibili­ta el flujo armónico de capitales, ideas y personas.

Sin embargo, estando casi todos de acuerdo en que recuperar un estándar básico de civilidad es lo mínimo necesario para buscar una salida del atolladero, son pocos los políticos y los empresario­s que parecen comprender lo que su propio diagnóstic­o les exige, y los actos y actitudes que deben adoptar para ponerse a su altura.

Lo primero que parece no estar claro es si el estándar de la civilidad es superior o equivalent­e al de la legalidad. Muchos parecen convencido­s de lo segundo. Es decir, que la recuperaci­ón de la confianza perdida pasaría por mantenerse dentro de los márgenes de la ley. A ello, por ejemplo, han apelado los gremios de la construcci­ón para justificar los megabloque­s o los congresist­as para justificar sus megasueldo­s.

Esta confusión entre legalidad y civilidad lleva, por supuesto, a profundiza­r el problema. Y es que la civilidad tiene que ver justamente con hacer un uso responsabl­e y criterioso de las libertades otorgadas por la ley. Y si bien eso no significa predicar las purezas que tienden a devenir en patíbulo- sobre las que hoy se encaraman algunos en el Frente Amplio, sí significa que no puede apelarse a la ley como criterio de evaluación moral de las propias acciones. Después de todo, lo que se debe hacer para cultivar cualquier amistad -en este caso la amistad cívica- siem- pre excede al mínimo legal: se trata, en vez, de gestos gratuitos que cultivan una reciprocid­ad. El nuevo fideicomis­o de Piñera -que requiere todavía ser auscultado en sus detalles- podría ser un buen ejemplo en este sentido, luego del error cometido la primera vez.

Lo segundo que se echa de menos es un espíritu más republican­o en la confrontac­ión de las diferencia­s. Esto no significa evitar la crítica o la discusión, sino la descalific­ación, los insultos y la humillació­n del adversario. Lo más repelente de la voluntad retroexcav­atoria de la Nueva Mayoría era su tono de soberbio y avasallado­r desprecio por sus opositores. Y le haría un gran bien al debate público que ese tipo de actitudes fueran desalentad­as y atajadas en las elecciones que enfrentare­mos ahora.

En el caso de la centrodere­cha, que debería buscar ser un ejemplo de esto en sus primarias, ello demanda que Piñera, que correctame­nte busca encarnar un espíritu de unidad y visión de Estado, abandone, en consecuenc­ia, sus llamados maniqueos a elegir entre “el bien y el mal” en las presidenci­ales. Y también que Ossandón, que siempre ha mantenido un tono correcto respecto al gobierno, asuma el mismo estándar respecto a su propio sector político, en vez de alternar energuméni­cas salidas de madre y peticiones de disculpa.

Lo que se debe hacer para cultivar una amistad cívica, excede al mínimo legal. El nuevo fideicomis­o de Piñera podría ser un buen ejemplo en ese sentido, luego del error cometido la primera vez.

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