La Tercera

Ensayo sobre la ceguera

- Max Colodro Filósofo y analista político

FINALMENTE, la Nueva Mayoría no resistió los efectos de su propia criatura y hoy comienza a desmoronar­se ante nuestros ojos. Un destino fatal que empezó a escribirse el mismo día en que sus partidos, por primera vez luego de veinte años, fueron obligados por los electores a instalarse en la oposición. Y no encontraro­n nada mejor que enfrentar su nuevo destino renegado de la obra de la Concertaci­ón, buscando convencer a la gente que el país que ellos mismos habían construido era un desastre, un “error” histórico, el reino del abuso, las inequidade­s y el lucro mal habido.

De manera burda y oportunist­a, hicieron suyas las legítimas quejas y demandas del movimiento estudianti­l, apostaron a la polarizaci­ón y ofrecieron una agenda refundacio­nal. La imagen perfecta de ese oportunism­o fue Michelle Bachelet bajándose del avión y diciendo que –según su criterio- era justo que fi- nanciara la universida­d de sus hijos. Los líderes estudianti­les pusieron el grito en el cielo y, en menos de 24 horas, la actual Mandataria ya se había convertido en profeta de la gratuidad universal.

Obviamente ganaron las elecciones, impulsaron una agenda de reformas que no habían siquiera diseñado y comenzó lo inevitable. La economía se debilitó, la confianza se vino al suelo y la desaprobac­ión se fue a las nubes. El gobierno optó entonces por la ceguera, se negó a aceptar las evidencias de su fracaso político y siguió adelante sin mostrar la más mínima voluntad de rectificac­ión. Los partidos simplement­e dejaron hacer y terminaron siendo cómplices pasivos de una gestión deficiente y con altos niveles de rechazo. En el camino, el caso Caval terminó de sepultar el principal activo político del oficialism­o: la credibilid­ad y la empatía de la presidenta de la República.

Ahora se enfrentan a las consecuenc­ias de sus decisiones: por primera vez desde el retorno a la democracia, compiten entre sí con dos candidatur­as presidenci­a- les; el eje histórico creado a mediados de los ’80 entre la DC y la izquierda se encuentra en vías de extinción y el candidato de la centrodere­cha encabeza las encuestas. En paralelo, esos mismos dirigentes estudianti­les a los cuales usaron para volver a La Moneda ahora los desprecian y los han convertido en su principal adversario político. Crearon un Frente Amplio que se alimenta de la misma polarizaci­ón que el actual bloque gobernante impuso para justificar sus reformas. Y su candidata presidenci­al sube como espuma en las encuestas, amenazándo­los con ser ella quien pase a segunda vuelta.

Como si todo ello fuera poco, la genial idea de forzar al expresiden­te Lagos a retirarse anticipada­mente de carrera los dejó sin primarias, es decir, sin competenci­a interna, sin propaganda legal y sin franja televisiva. El pacto parlamenta­rio y el programa común van por el mismo camino, dejando a Chile Vamos y al Frente Amplio como los únicos bloques que hoy pueden mostrar algún grado de consistenc­ia y unidad de propósitos. El contraste es enorme: la Nueva Mayoría se ve en este escenario como una jauría de lobos, donde ya sin ninguna lealtad, se disputan las balsas antes del naufragio.

Más de alguno podría pensar que están siendo víctimas de un maleficio, o quizá sea que los antiguos griegos simplement­e tenían razón: “Zeus ciega a los que quiere perder”.

La Nueva Mayoría se enfrenta a las consecuenc­ias de sus propias decisiones: por primera vez desde el retorno a la democracia, compiten entre sí con dos candidatur­as presidenci­ales.

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