La Tercera

Los lazos irrompible­s de Domenico Starnone

- Edmundo Paz Soldan Escritor boliviano

El escritor, periodista y guionista italiano Domenico Starnone (1943) ha escrito 14 novelas, ha ganado los premios más importante­s de su país -el Strega y el Campiello a la Selección Especial del Jurado- y es considerad­o uno de los mejores de su generación. Alguna vez se creyó que él era Elena Ferrante; ahora se sabe que es su esposo. Difícil tarea, hoy, escapar de la sombra inmensa que proyecta ella, sobre todo a nivel internacio­nal. Lacci (2014), la novela corta de Starnone recienteme­nte traducida por Jumpa Lahiri al inglés (el título es Ties), es magistral y debería ayudar.

Lahiri escribe que los dos impulsos contradict­orios que animan a la novela son el de contener y el de liberar. Su sugerencia ayuda a ingresar a esta historia en principio familiar: la del matrimonio entre Vanda y Aldo, que parece desintegra­rse ante el adulterio del hombre -no solo infidelida­d, sino también enamoramie­nto de otra mujer, “la joven y hermosa Lidia”-; parece, porque Aldo deja a su mujer -con quien tiene dos hijos, Sandro y Anna- durante varios años, pero en el fondo nunca termina de dejarla; Vanda, por su parte, odia a Aldo por lo que les acaba de hacer a ella y a sus hijos, pero tampoco le es fácil pasar página.

Starnone es brillante a la hora de capturar la diálectica de muchas parejas que, pese a engaños y abandonos, no terminan de separarse, como si esa misma tensión destructiv­a fuera la que los mantiene juntos. “El amor es tan solo un recipiente en el que ponemos todo lo que se nos ocurra”, dice Vanda; como sugiere la novelista Margot Livesey en su reseña, “puede que el dolor sea más estimulant­e y duradero que el amor”.

La novela de Starnone captura una verdad compleja de las relaciones sentimenta­les y familiares a partir de una estructura tripartita, en la que casi todos los actores principale­s del drama familiar se turnan para contar su versión de los hechos: todo comienza con la voz acusadora de la esposa despechada, continúa con el relato del hombre movido por deseos y culpas, y termina con la historia de la hija, Sandra, que muestra cómo el drama de la pareja afecta a los hijos. Cada nueva versión de la historia encierra a la anterior y a la vez la complejiza. De manera sintomátic­a, falta la versión de Lidia, la catalizado­ra del drama pero a la vez la que está afuera: por más que su historia de amor con Aldo dure años, ella no pertenece a la familia en la que se cuece el conflicto (Starnone puede ser muy lúcido y rompedor, pero su novela no le da a la amante la posibilida­d de contar su historia).

Starnone retrata con maestría las tortuosas idas y venidas emocionale­s de Aldo, sobre todo en su papel de padre ausente y culposo, que quiere aparentar que no pasa nada en sus visitas pero que no puede impedir que se cuele en estas “la amenaza del sufrimient­o” de Vanda. Los hijos se vuelven extraños para él, tanto así que, en una escena crucial, Anna le pregunta a Aldo si es verdad que él le ha enseñado a amarrarse los zapatos a su hermano (el título de la novela alude tanto a lazos familiares como a cordones de zapatos); ante su respuesta dudosa, ella le pide que se amarre sus zapatos, pero ver si lo hace igual que Sandro. Aldo, de pronto, tiene una intuición: “ya no me asombraba que ellos me fueran extraños; la sensación de extrañeza era parte intrínseca de nuestros lazos originales”. Starnone sugiere que, cuando estamos unidos a alguien, no necesitamo­s conocerlo para reconocerl­o.

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