Los lazos irrompibles de Domenico Starnone
El escritor, periodista y guionista italiano Domenico Starnone (1943) ha escrito 14 novelas, ha ganado los premios más importantes de su país -el Strega y el Campiello a la Selección Especial del Jurado- y es considerado uno de los mejores de su generación. Alguna vez se creyó que él era Elena Ferrante; ahora se sabe que es su esposo. Difícil tarea, hoy, escapar de la sombra inmensa que proyecta ella, sobre todo a nivel internacional. Lacci (2014), la novela corta de Starnone recientemente traducida por Jumpa Lahiri al inglés (el título es Ties), es magistral y debería ayudar.
Lahiri escribe que los dos impulsos contradictorios que animan a la novela son el de contener y el de liberar. Su sugerencia ayuda a ingresar a esta historia en principio familiar: la del matrimonio entre Vanda y Aldo, que parece desintegrarse ante el adulterio del hombre -no solo infidelidad, sino también enamoramiento de otra mujer, “la joven y hermosa Lidia”-; parece, porque Aldo deja a su mujer -con quien tiene dos hijos, Sandro y Anna- durante varios años, pero en el fondo nunca termina de dejarla; Vanda, por su parte, odia a Aldo por lo que les acaba de hacer a ella y a sus hijos, pero tampoco le es fácil pasar página.
Starnone es brillante a la hora de capturar la diálectica de muchas parejas que, pese a engaños y abandonos, no terminan de separarse, como si esa misma tensión destructiva fuera la que los mantiene juntos. “El amor es tan solo un recipiente en el que ponemos todo lo que se nos ocurra”, dice Vanda; como sugiere la novelista Margot Livesey en su reseña, “puede que el dolor sea más estimulante y duradero que el amor”.
La novela de Starnone captura una verdad compleja de las relaciones sentimentales y familiares a partir de una estructura tripartita, en la que casi todos los actores principales del drama familiar se turnan para contar su versión de los hechos: todo comienza con la voz acusadora de la esposa despechada, continúa con el relato del hombre movido por deseos y culpas, y termina con la historia de la hija, Sandra, que muestra cómo el drama de la pareja afecta a los hijos. Cada nueva versión de la historia encierra a la anterior y a la vez la complejiza. De manera sintomática, falta la versión de Lidia, la catalizadora del drama pero a la vez la que está afuera: por más que su historia de amor con Aldo dure años, ella no pertenece a la familia en la que se cuece el conflicto (Starnone puede ser muy lúcido y rompedor, pero su novela no le da a la amante la posibilidad de contar su historia).
Starnone retrata con maestría las tortuosas idas y venidas emocionales de Aldo, sobre todo en su papel de padre ausente y culposo, que quiere aparentar que no pasa nada en sus visitas pero que no puede impedir que se cuele en estas “la amenaza del sufrimiento” de Vanda. Los hijos se vuelven extraños para él, tanto así que, en una escena crucial, Anna le pregunta a Aldo si es verdad que él le ha enseñado a amarrarse los zapatos a su hermano (el título de la novela alude tanto a lazos familiares como a cordones de zapatos); ante su respuesta dudosa, ella le pide que se amarre sus zapatos, pero ver si lo hace igual que Sandro. Aldo, de pronto, tiene una intuición: “ya no me asombraba que ellos me fueran extraños; la sensación de extrañeza era parte intrínseca de nuestros lazos originales”. Starnone sugiere que, cuando estamos unidos a alguien, no necesitamos conocerlo para reconocerlo.