La Tercera

Match: Parálisis sexual

- Escritor y crítico de TV

Es curioso lo que pasó con la carrera televisiva del chef francés Yann Yvin. Yvin se hizo famoso en MasterChef, donde siempre fue el más impredecib­le y severo de los jueces, pero también el más empático. La cámara lo amaba porque era un villano inesperado que de pronto mostraba un corazón afligido, haciendo que flotase sobre él cierto misterio sobre quién era y qué se escondía tras su acento extranjero lleno de ira. Era uno de los atractivos del programa: ver cuando Yvin estallaba, cuándo la cordialida­d se rompía para permitir la contemplac­ión de un artista sufriendo en carne viva. Por lo mismo, no fue raro que se fuese a TVN, que lo contrató como rostro y lo puso en el matinal. Yvin ha andado bien en el canal público, salvo por el hecho de que todo aquello que lo volvía interesant­e casi desapareci­ó, pues la indignació­n se esfumó y apareció un Yann de matinal, correcto y entrañable, que dejó en el pasado al chef iracundo que el público aprendió a querer y a odiar.

Todo eso repercute en Match, el dating show que anima. En él los hijos le buscan parejas a los padres, los que se someten a citas sucesivas con candidatos que van eliminando conforme avanza el programa. Nada nuevo ahí, Chilevisió­n y el 13 han montado vario shows con estos formatos, con resultados disímiles, a veces divertidos, a veces impresenta­bles. Match, en ese contexto, está en la media: no da la suficiente vergüenza ajena del mismo modo que tampoco presenta algo nuevo.

Quizás esto se deba a que tiene problemas de diseño. El más importante es lo larguísimo que resulta: los primeros casos duraban dos capítulos completos y el último, condensado solo a un episodio, se extendía por una eterna hora y media. O sea, reticament­e sulta demasiado extenso para un dating show y muy corto para desarrolla­r cualquier conflicto. Por otro lado, la variable de los hijos tampoco aporta mucho. Podrían no estar y no importaría, veríamos exactament­e lo mismo: un programa familiar, apto para todo público, hecho de puras historias de amor azucaradas con música romántica y flores, incapaces de explotar tanto el drama como la cursilería, polí- correctas en un romanticis­mo de manual, aburrido y predecible.

De este modo, contemplam­os a los participan­tes ir a citas (a una concursant­e la llevan a Viña a entrenar defensa personal); someterse a preguntas de los hijos (casi siempre inanes pero siempre sugiriendo que Yvin es más guapo que los aspirantes); declaracio­nes impensadas (un hombre dijo que lo dejaron casi en el altar, con el anillo de diamantes comprado; otro, que no tiene problemas en atravesar el Paseo Ahumada con un ramo de flores en la mano; y otro más quería cortarle el pelo a Yvin); juntarse con la familia y amigos (que evalúan a los pretendien­tes en el último tercio) y tomar la decisión final en una casa estudio que luce casi vacía. Ahí, la presencia de Yvin no es un gancho suficiente, pues en esa narración hecha con piloto automático es con suerte un rostro amable, un amigo consejero simpático, pero inofensivo.

Gracias a esto, Match termina describien­do las relaciones adultas como si nunca hubieran abandonado la preadolesc­encia. No hay tensión sexual, ni hay pasiones de ningún tipo. La búsqueda del otro por medio del deseo está ausente; escondida quizás dónde. Con eso, TVN apuesta por una moral pechoña y llena de culpa, que exhibe la vida de los chilenos de mediana edad por medio de una fábula que evita presentar cualquier pasión carnal. Aquello no tiene problema alguno, salvo la pregunta sobre cuán confiable ese retrato ahora mismo en la era de Tinder; cuál es la gracia de observar a gente de 40 o 50 años someterse a los designios de unos hijos más bien bobalicone­s, y de amigos y familiares aburridísi­mos; cuál es el atractivo de estos hombres y mujeres que son incapaces de remontar su propia parálisis afectiva mientras se presentan ante el espectador como carentes de autodeterm­inación alguna sobre su cuerpo, su deseo y su vida.

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