Un mal paso
El guatemalteco Rodrigo Rey Rosa pasó a ser a principios de los años 80 discípulo y amigo de Paul Bowles, el genial escritor estadounidense que se expatrió y murió en Tánger. El dato tiene cierto interés porque en Fábula asiática, la última novela de
Rey Rosa, figura una encarnación de Bowles en John Field, el pintor avejentado y bonachón que alguna vez le proporcionó al protagonista del libro, un tipo llamado Mexicano, “contactos en el mundo editorial para ayudarle a abrirse camino como escritor y traductor”. Al igual que Bowles, a Field le gustaban los jovencitos árabes, situación que nunca interfirió mayormente en aquel peculiar matrimonio del autor de carne y hueso con la excelente escritora Jane Bowles. Dicho sea de paso: ella a su vez era bisexual y tuvo una larga relación con Cherifa, una campesina marroquí que, en opinión de Bowles, no sólo era una arpía de temer, sino que enloqueció a su esposa por medio de hechizos y pócimas maléficas. Jane murió en un manicomio español en 1973.
Si me extiendo en datos que a estas alturas forman parte de lo anec-
No me siento muy animado a hablar de
la novela fallida de Rodrigo Rey Rosa, puesto que admiro buena parte de su obra anterior
dótico, datos que además no inciden de modo alguno en la trama de Fábula asiática, se debe a que, por un lado, admiro a Bowles y su obra, y, por otro, no me siento muy animado a hablar de la novela fallida de Rey Rosa, puesto que también admiro buena parte de su obra anterior. Pero, claro, toda pesadumevocadora: bre debe ser desanudada, y en este caso no es tan complicado hacerlo: el relato funciona bien hasta un poco más allá de la mitad –ahí está el Rey Rosa que conocemos, articulado, conciso, ágil, seductor–, pero al momento en que el autor decide proceder con un giro más digno de la ciencia ficción que de un thriller internacional, la construcción, hasta allí plausible, comienza a tambalear y a raspar las fronteras de lo inverosímil y lo delirante.
De regreso a Tánger, lugar en el que había residido décadas antes, el Mexicano decide visitar viejas amistades. Una de ellas es Mohammed Zhrouni, un anciano analfabeto que, no obstante, crió a un hijo que resultó ser un genio de las matemáticas y, posteriormente, de la ingeniería y la astronáutica. Debido a esta condición, Abdelkrim Zhrouni se educó becado en Estados Unidos, brilló en cuanto curso tomó y entró a un programa de la NASA que lo iba a convertir en el primer astronauta marroquí de la historia. Sin embargo, el proceso falló a último minuto ya que el joven fue considerado “demasiado musulmán” para recibir tal honor. Al principio de la novela, Mohammed le advierte al Mexicano que Abdelkrim está en problemas. Y como única explicación le entrega una bolsa de casetes en los que él mismo relata parte de la historia de su hijo.
La irrupción imprevista de las voces de los personajes principales es uno de los recursos mejor logrados de la novela. Otro rasgo a destacar es la vivacidad de algunas escenas. La recreación del ambiente callejero de Tánger, por ejemplo, resulta especialmente atractiva y al igual que Bowles, su maestro, Rey Rosa puede transportarte a un mercado árabe con una facilidad sorprendente, haciéndote ver, oír y oler todo tipo de estímulos. Aún así, ya está dicho: ningún acierto estilístico es capaz de salvar a una narración mal concebida.
Además de los casetes, el Mexicano recibe de parte de Mohammed una tarjeta de computador que contiene cierta información cifrada en árabe. Sin sospecharlo, el protagonista se ve envuelto en una conflagración mayúscula, cuyos articuladores, Abdelkrim entre ellos, planean destruir el orden universal e imponer el caos. Los inspira, valga decirlo, una noble causa. Pero a esas alturas es muy probable que el lector haya perdido irremediablemente cualquier interés en el destino de los personajes.
Rodrigo Rey Rosa. Alfaguara, 2017 208 pp. $ 12.000