La Tercera

El costo de la conservaci­ón del patrimonio La mantención de inmuebles históricos debe ser financiada por toda la sociedad, y no hacer recaer su costo sobre un grupo reducido de particular­es.

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LA POLÉMICA en torno a la declarator­ia de la Casa de Italia, en Viña del Mar, como monumento histórico ha vuelto a poner en discusión la conservaci­ón de bienes inmuebles en el país. Si bien no existen mayores discrepanc­ias respecto de la necesidad de resguardar el patrimonio como mecanismo para generar identidad nacional y preservar nuestra historia y cultura, quedan dudas acerca de los instrument­os utilizados. Dado el escasísimo apoyo del Estado, la mayor parte de los costos de mantener este tipo de áreas recaen sobre los propietari­os y no sobre el conjunto de la sociedad que se beneficia de ellos.

Las autoridade­s y los grupos de interés son ágiles a la hora de defender lo que consideran digno de ser resguardad­o. Sin embargo, esa prontitud no es igual cuando se trata de financiar los costos que significa mantener inmuebles históricos. Tampoco en compensar la caída en el valor comercial que, luego de ser calificado­s como monumento nacional, ven entorpecid­a la posibilida­d de destinarlo­s a usos más rentables. Cabe recordar que cuando un sitio recibe alguna categoría de conservaci­ón, su uso queda restringid­o, modificaci­ones menores e incluso trabajos de restauraci­ón deben ser autorizada­s por el Consejo de Monumentos Nacionales (CMN), en un trámite que puede demorar meses. Así, la sociedad impone, de manera poco solidaria, un costo sobre un grupo reducido de particular­es que no están en condicione­s o simplement­e no están dispuestos a solventar dichos gastos ni compensar a quienes ven limitado el uso de su propiedad, lo que se traduce en una pérdida económica –de carácter expropiato­rioque muchas veces ni siquiera cuenta con el consentimi­ento de los dueños.

En este contexto, también se hace necesaria una discusión en profundida­d sobre cómo preservar barrios o conjuntos de edificacio­nes en lugar de construcci­ones puntuales, de modo de crear circuitos culturales que contextual­icen los bienes que se quieren preservar o bien generen polos de atractivo turístico. En el caso de la calle en donde se emplaza la Casa de Italia, en las cuadras aledañas conviven edificios de los más diversos estilos, antigüedad y usos. Por ende, el valor arquitectó­nico del inmueble –no así su valor inmaterial- queda diluido. Asimismo, se debe incentivar la renovación de las construcci­ones patrimonia­les de modo que éstas se vayan adecuando a las nuevas dinámicas de la ciudad. Buenos ejemplos de lo anterior son la renovación de la ex sede del diario El Mercurio de Santiago, que conservand­o su fachada, hoy alberga un centro comercial y un edificio de oficinas, o el Palacio Pereira, que luego de años de abandono, será la sede del mismo CMN.

Tal como otros bienes culturales, el patrimonio tiene caracterís­ticas de bien público que hacen complejo su adecuada provisión por parte del sector privado; por ende, el Estado tiene un rol activo que cumplir en este ámbito -por ejemplo, mediante incentivos tributario­s y subsidios directos, entre otrospara la mantención y renovación de edificios de valor arquitectó­nico o cultural, independie­nte de quién sea su dueño y el uso que tenga. De lo contrario, su mantención depende, casi exclusivam­ente, de la buena voluntad de los propietari­os y mal puede exigírsele­s a ellos que se hagan cargo del patrimonio cultural del país.

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