La Tercera

De la impugnació­n al cambio

- Por Jorge Sharp y Rodrigo Ruiz

La irrupción del Frente Amplio ocurre en plena crisis de la centroizqu­ierda. La alianza que diera forma a la salida de la dictadura, “la coalición de gobierno más exitosa de la historia política de Chile”, hoy cae en picada sin nada que la detenga. Con su crisis, y con la incapacida­d de una derecha que hace unos días nos obsequió el triste espectácul­o de su debate televisivo, se pone en la palestra el declive de toda la estructura que dio soporte al modelo neoliberal. De esa suerte, tal como la conocimos en los últimos 27 años, la política binominal, con su elitismo y sus malas prácticas, ha comenzado a terminarse. Se configura pues, una oportunida­d histórica.

Por ahora, las fuerzas que desatan dichos cambios están anidadas en el interior de ambas coalicione­s. Es la fatiga de sus acuerdos y de sus fuerzas iniciales lo que las debilita. Queda, por tanto, abierta la pregunta por el Frente Amplio. Queda por saber si nuestra alianza se convertirá o no en agente de un cambio más profundo en la política chilena. Esa es a nuestro juicio la tarea mayor del Frente Amplio en el segundo tiempo que viene. Tomar su fuerza ascendente, y pasar de la impugnació­n a la transforma­ción, desplegars­e como actor con capacidad de incidir sobre la crisis de la centroizqu­ierda.

Pero aun más que ello. Porque no nos sirve reordenar las piezas y mantener las reglas del juego. Si hay un rasgo de la política de estos años que necesitamo­s superar, es su elitizació­n, su encierro en cúpulas que se autoasigna­ban el lugar de “la cocina”, pretendien­do que la democracia se manejaba mejor entre pocos, sin mayorías efectivas, a cargo de unos profesiona­les y técnicos muy capacita- dos, a los que había que dejar operar protegidos y distantes del candor ingenuo de las multitudes.

Así construyer­on su discurso de la gobernabil­idad y la madurez cívica, cual virtud de una especie de nueva aristocrac­ia que se adjudicaba el gobierno en licitacion­es cada cuatro años. Desde ese sentido común impugnan sus personeros la capacidad de gobernar del Frente Amplio, señalando su inexperien­cia y su falta de trayectori­a tecnocráti­ca. Como si la gobernabil­idad no fuese una cuestión política, como si dependiera más del dominio de unas técnicas importadas desde el norte que de la fortaleza de la alianza social y política del nuevo proyecto. Como si efectivame­nte gobernar fuese negociar más que impulsar un proyecto, transar más que escuchar a las mayorías y construir con ellas un nuevo proyecto de país, como si se tratara para nosotros de administra­r lo mismo y no de gobernar, sí, pero gobernar un proceso de cambios. Si alcanzar el gobierno tiene un sentido, es gobernar construyen­do mayorías, es abrir los cauces de la verdadera participac­ión de millones de chilenas y chilenos excluidos, a los que ya no se les escucha. Por el contrario, construir una nueva coalición y alcanzar victorias porcentual­es para reclamar un lugar en el mapa de la política sorda, no nos atrae.

El Frente Amplio ha demostrado ya, con creces, que es capaz de avanzar empecinado con el viento en contra. La segunda parte del año trae la oportunida­d de construir con más fuerza en los territorio­s, fortalecer el protagonis­mo de las ciudades y pueblos, con las cientos de organizaci­ones sociales que allí interpreta­n a la gente, de modo de superar el signo elitista de la política actual, y proyectar una nueva fuerza constituye­nte.

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