La Tercera

Lo que deja el gobierno de la Nueva Mayoría

El tardío reconocimi­ento del ministro de Hacienda hacia las AFP puede ser un primer paso para empezar a revertir el daño que ha provocado el clima antiempres­arial que se ha instalado durante esta administra­ción.

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SOLO EN Londres, a casi nueve meses del fin del gobierno, el ministro de Hacienda reconoce que las AFP han hecho razonablem­ente bien su trabajo, y que la propuesta oficial -su propuesta- para crear una entidad previsiona­l estatal es una mala idea. Tras la constante prédica estatista que ha impulsado proyectos en educación, en salud, en materia de aprovecham­iento de aguas, o en concesione­s para infraestru­ctura, la débil aclaración del ministro ya no “hace mella” en un amplio segmento de la ciudadanía, que hoy ve toda participac­ión privada en la generación de bienes o servicios con connotació­n social como éticamente reprobable, negativa e injustific­ada.

Diariament­e se aprecia en programas periodísti­cos, declaracio­nes de dirigentes estudianti­les, de funcionari­os oficialist­as, o de parlamenta­rios de la Nueva Mayoría, el grado en que este gobierno ha confundido el entendimie­nto ciudadano sobre el rol de la empresa privada y el funcionami­ento de los mercados. El concepto que empresas con fines de lucro, en competenci­a, pueden generar bienes de mejor calidad y a menor costo para el Estado que lo posible de lograr en un servicio público, está hoy lejos del entendimie­nto de amplios sectores ciudadanos. La propuesta previsiona­l del gobierno, que excluye de manera deliberada a las AFP -a pesar de los méritos que el ministro ahora les reconoce-, profundiza esta noción antiempres­arial y contribuye a reforzar la antojadiza creencia de que las bajas pensiones en determinad­os segmentos son producto de la existencia de administra­dores privados.

El gobierno y su coalición fomentaron la desconfian­za hacia la empresa privada, proveyendo y tolerando argumentos falaces para justificar iniciativa­s que traspasan al Estado funciones que deberían permanecer en el ámbito privado. Si, ante los casos de colusión de empresas u otras formas de abuso hacia los consumidor­es, correspond­ía fortalecer la institucio­nalidad que vela por la seriedad empresaria­l y la competitiv­idad en los mercados, y redoblar los esfuerzos por potenciar el rol de la empresa privada y de los mercados para no privar a Chile de su probado dinamismo, la Nueva Mayoría eligió utilizar dichos episodios como argumento para constreñir el espacio de acción privada y avanzar hacia el estatismo.

A estas alturas del gobierno, su legado es un espacio muy limitado para diagnóstic­os correctos y políticas adecuadas, ciertament­e en áreas como educación o salud, donde los daños se percibirán en el tiempo, pero incluso en casos tan críticos y urgentes como el Sename, donde la capacidad para definir una refundació­n significat­iva ha estado ausente.

Numerosos técnicos han subordinad­o postulados y orientacio­nes profesiona­les al dictamen puramente ideológico de los “votantes”, con costos severos para Chile. Si bien el daño provocado durante este gobierno parece profundo, y difícil de revertir, el sinceramie­nto de estos profesiona­les -del gobierno o en torno a la coalición oficialist­a- con el del ministro de Hacienda, pueden aún hacer una contribuci­ón al país, cuando la demonizaci­ón del lucro y la promoción de un Estado omnipresen­te vuelven a caracteriz­ar las candidatur­as que buscan proyectar la visión de este gobierno.

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