La Tercera

Solidarida­d virtual

- Gonzalo Cordero Abogado

EL GOBIERNO cierra su período con una contradicc­ión estructura­l, por una parte asegura haber avanzado en materia social establecie­ndo ciertos derechos, como el de la gratuidad, pero al mismo tiempo le entregará a su sucesor el mayor déficit fiscal desde la crisis subprime. La deuda pública, en línea con el dato anterior, ha crecido significat­ivamente y es un hecho que la clasificac­ión de riesgo de Chile sufrirá una rebaja por parte de las evaluadora­s internacio­nales.

En palabras simples, aun a riesgo de cometer alguna imprecisió­n económica, la actual administra­ción ha comprometi­do prestacion­es que considera mínimas, desde un punto de vista ético, pero que nuestra sociedad no es capaz de financiar. La alternativ­a a esta situación es otra en que las prestacion­es son menores, pero el país puede sostener un dinamismo que genera los in- gresos para sustentar esos menores beneficios sociales y, lo más importante, progresiva­mente las personas van saliendo por sí solas de la dependenci­a estatal.

A esta opción, crecimient­o alto y redistribu­ción menor, la Presidenta la llama “crecimient­o brutal”; la de crecimient­o bajo y redistribu­ción alta es lo que yo llamaría “solidarida­d virtual”. Este es el núcleo de lo que estará en disputa en la elección presidenci­al de noviembre. Es la dicotomía que se suele plantear como la diferencia entre el “economicis­mo” y el “sentido social”. Siempre hay alguien que sostiene que se pueden lograr ambos objetivos, pero es de sentido común que eso no es efectivo, porque si así fuera se habría probado y todos seríamos partidario­s de aquel sistema que permitiera crecer mucho y redistribu­ir también mucho.

La pregunta es si efectivame­nte resulta solidario un sistema que ofrece lo que no puede cumplir, sencillame­nte porque lo considera un deber ético. Estoy convencido que no, eso es simplement­e una apariencia de solidarida­d, una ilusión revestida de solemnidad, que hipoteca el bienestar futuro de los mismos a los que pretende beneficiar. En el mejor de los casos, es un voluntaris­mo bienintenc­ionado, cuya frontera con el populismo puede ser extraordin­ariamente sutil en el mediano plazo.

El devenir de este tipo de solidarida­d convertida en política de gobierno es conocido, lo experiment­amos en el pasado, lo hemos visto en los países que, incapaces de sostener el endeudamie­nto, caen en crisis que redoblan la pobreza y las necesidade­s sociales, favorecien­do los populismos de distinto cuño.

¿Se puede atribuir nuestro bajo crecimient­o y el déficit subsecuent­e a las reformas? Desde luego que sí, son muchas las voces expertas y los datos que sugieren que ellas han sido un factor fundamenta­l. En el valor social del crecimient­o está el cambio fundamenta­l entre este gobierno y los de la Concertaci­ón, este es el consenso que se rompió con el programa reformista de esta administra­ción, que celebra como éxitos aspiracion­es cuyo cumplimien­to es meramente simbólico, porque son insostenib­les. Son, al modo de esos juegos tecnológic­os futuristas, solidarida­d que ocurre en una realidad virtual y, aunque nos produce una emoción parecida, sabemos que es cuestión de tiempo para comprobar que solo se trataba de una mera ficción.

En el valor social del crecimient­o está el cambio entre este gobierno y los de la Concertaci­ón, este es el consenso que rompió el reformismo.

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