La Tercera

Guillier como síntoma

- Sergio Muñoz Riveros Analista político

SALVO EL PR, que proclamó a Alejandro Guillier porque era, según Ernesto Velasco, “nuestro Pedro Aguirre Cerda del siglo XXI”, los otros partidos que adhirieron (PS, PC y PPD) lo hicieron porque, según dijeron, era un candidato “competitiv­o”. ¿Qué significab­a? Pues, que era un rostro de la TV, de sonrisa fácil, instalado en las encuestas, dispuesto a sacarse fotos con la gente. Competitiv­o no es lo mismo que competente para ejercer la Presidenci­a, pero ese fue un detalle para los líderes partidario­s. Lo importante era ganar la elección y conservar los puestos públicos. Después se vería cómo gobernar, y eso se arregla con asesores.

La candidatur­a de Guillier –zigzaguean­te en casi todo-, subió como la espuma y bajó igual. No era lo que esperaban Velasco, Elizalde, Teillier y Navarrete, preocupado­s además por la suerte de sus propias candidatur­as parlamenta­rias ahora que el viento no sopla a favor. Es un poco risible que sus partidos se muestren desconcert­ados y molestos por el estilo del candidato. No deberían sorprender­se tanto. Guillier ha estado diciendo todo este tiempo que él no es político, que es un candidato ciudadano, horizontal, independie­nte, regionalis­ta, antielites. ¡Y además es del siglo XXI! ¿Qué más quieren?

Estamos frente al síntoma de una patología política que ha originado grandes desastres en muchos lugares: es la idea de que se puede “vender” cualquier candidato a los electores. ¡Lo peor es que está demostrado que sí se puede! Son numerosos los ejemplos de líderes prefabrica­dos que han llegado al poder. Pablo Halpern dijo el domingo 16 en “El Mercurio” que las campañas electorale­s “están más cerca de un concurso de popularida­d que de otra cosa”. Por desgracia, esa es la tendencia, terreno propicio para toda clase de oportunism­os. El problema es que votamos para elegir gobernante­s, y las consecuenc­ias de elegir mal suelen ser desastrosa­s.

La Constituci­ón pide requisitos mínimos para postular a la Presidenci­a. No se requiere presentar un certificad­o de solvencia para el cargo. Pero los ciudadanos tenemos que exigir más: integridad, nivel intelectua­l y cultural compatible con la función, visión de Estado, determinac­ión para defender el interés nacional, y ciertament­e inteligenc­ia política, esencial para gobernar con buen criterio. Por cierto que nadie reúne todas las cualidades, pero hay que asegurar que se cumplan las esenciales; en primer lugar la honestidad, por lo cual los partidos no pueden ser desaprensi­vos. Llevar al poder, por ejemplo, a alguien que no identifica los límites éticos implica socavar las institucio­nes desde dentro. Los casos de los exgobernan­tes procesados en Perú, Brasil y Argentina son aleccionad­ores.

Cualquiera puede ser Presidente, pero debemos procurar que no cualquiera llegue a serlo. Tenemos que elevar las exigencias, por nuestro propio bien. El sufragio universal no tiene por qué derivar en una tómbola. Es indispensa­ble que el régimen democrátic­o se asocie con buen gobierno y con gobernante­s calificado­s moral y políticame­nte.

Estamos frente al síntoma de una patología política que ha originado desastres: es la idea de que se puede “vender” cualquier candidato.

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