La Tercera

EL ESTADO ES RESPONSABL­E DE LA MUERTE DE NIÑOS DEL SENAME Y LA LEY QUE DEBIERA SER PRIORIDAD ES LA REPARACIÓN DE ESTA AFRENTA A LOS DERECHOS HUMANOS DE ESAS PERSONAS.

- Álvaro Ortúzar Abogado Sergio Torretti

Se afirma fundadamen­te que un alto porcentaje de las personas que estuvieron en el Sename posteriorm­ente se convirtier­on en delincuent­es. Este es un servicio en el que, inexplicab­lemente, el Estado ha mantenido por décadas una conducta sistemátic­a en contra de la dignidad humana. La informació­n que ahora conocemos revela las condicione­s extremas de castigo físico- y sobre todo psíquico- que menores indefensos han experiment­ado. Para quienes de allí egresan, no existen políticas públicas ni oportunida­des laborales. Más temprano que tarde, entonces, serán atrapados y encerrados en la cárcel, una y otra vez. Un círculo de vicio y peligro que engulle a personas que han vivido dependiend­o del punzón y el formón por si ven el amanecer. Esto es responsabi­lidad de un Estado que no ha velado por los derechos humanos de esos niños y que no ha educado ni creado condicione­s elementale­s para ellos. Tal responsabi­lidad es imprescrip­tible.

Estos seres no movilizará­n a nadie por las calles. Ni un solo revolucion­ario de moda moverá un dedo por ellos; no estarán jamás en la mesa del grupo “No más Esto o lo Otro”, ni en los de salvemos el río tal o cual, o en los del bus naranja ni en sus adversario­s que lo persiguen. En verdad, ¿quién querría salir a marchar por los derechos de unos delincuent­es, menos si son los que han causado daño y terror a las personas?

Nadie; pero esta opinión no se trata de eso. El tema acá es que 1.300 niños, antes siquiera de tener la oportunida­d mínima de ser alguien, murieron por la omisión culpable, sino dolosa, del Estado, cuyo deber era protegerlo­s y educarlos para prevenir ese destino. En el Sename –el único lugar donde no podía ser posible-, fueron víctimas de algún tipo de violencia física o psíquica, de actos criminales, de desamparo, de negligenci­a o descuido fatal, con tal grado de maldad, que no tuvieron fuerzas para defenderse ni pedir auxilio.

¿A quién iban a llamar? Es ingenuo pensarlo ante tal nivel de desigualda­d de armas. Y lo importante, lo verdaderam­ente serio, es que el Estado es responsabl­e directo y objetivo, en sentido jurídico, de la muerte de esos niños, y que la ley que hoy día debiera estar en la tabla prioritari­a del Congreso es la reparación de esta afrenta a los derechos humanos de esas personas y sus familias. Como mínima muestra de respeto, no debiera formarse ninguna Comisión de Diputados.

En la antigua Rusia, las tierras se transfería­n junto con sus trabajador­es o siervos, que formaban parte de los bienes. Las personas eran llamadas “almas”, se inscribían en un registro, se vendían, y luego llegaron a ser objetos de comercio independie­nte. Hubo quienes, después de muertos los siervos, negociaban con los registros y obtenían ganancias o prebendas. El gran escritor ruso Nikolai Gogol habló brutalment­e de esto en su obra “Almas muertas”. En Chile, hasta antes del rechazo al Informe, creíamos que los niños fallecidos del Sename iban a ser respetados, o al menos sus almas. Esperemos que no estén muertas, ni se negocie con ellas.

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