La Tercera

Expertos versus ignorantes

MÁS ALLÁ DE QUE LOS CANDIDATOS RESPONDAN CORRECTAME­NTE LAS PREGUNTAS, HAY QUE ESTAR ATENTOS A LA FORMA CÓMO ENFRENTAN LAS VECES EN QUE SE EQUIVOCAN.

- Juan Enrique Vargas Profesor Universida­d Diego Portales

Cuando los políticos alegan que no pueden ser expertos en todos los temas llevan toda la razón. Aparte de impractica­ble, no es eso lo que se espera de un representa­nte de la ciudadanía. Pero hay algo eso sí que olvidan, no ser experto en algo no significa ser ignorante sobre lo mismo. Entre la experticia y la ignorancia hay un largo trecho por donde moverse y es en algún punto intermedio donde uno esperaría se situara una persona con responsabi­lidades en la conducción del país.

Es realmente preocupant­e que un candidato a la Presidenci­a, que además es senador de la República, afirme que el terrorismo solo puede ser ejercido por agentes estatales y que los privados solo pueden realizar actos de violencia, idea que en vez de corregir luego reafirmó diciendo que, “en los tratados internacio­nales y en el derecho comparado, el terrorismo es un concepto que refiere a la acción de agentes del Estado”. O que otro precandida­to y también senador no sepa a qué se refiere el Acuerdo de París y menos el haberlo votado favorablem­ente en el Parlamento. U otra perla, la de la ministra Secretaria General de Gobierno, quien le ofreció públicamen­te asistencia profesiona­l a Nabila Rifo para que demandara en foros internacio­nales al propio Estado que ella representa.

Sin duda, la exposición ante los medios es en extremo compleja y cualquiera puede tener un lapsus o cometer un error cuando está constantem­ente expuesto a ellos sobre infinidad de cuestiones. Por lo mismo, lo primero que uno le pide a quien asume estos roles es una intensa preparació­n para saber y tener opinión respecto a todos los temas relevantes sobre los cuales eventualme­nte pueda ser consultado. Por supuesto, saber de qué se trata y tener una opinión está muy lejano a ser experto en esos temas. No se necesita serlo en terrorismo, por ejemplo, para saber que las bombas puestas en los últimos años en Santiago por grupos anarquista­s sí constituye­n un acto de ese tipo; no se requiere tampoco ser un jurista para saber de qué va el Acuerdo de París ni que el Estado no se puede auto demandar.

Es precisamen­te a un rudo y exhaustivo test ante la opinión pública al que se somete consciente y voluntaria­mente quien se presenta a candidato a la Presidenci­a o acepta ser vocera del gobierno, pues existe un interés legítimo en conocer sus opiniones y escrutar sus actos y decisiones. La presión de los medios no es algo inoportuno o de mal gusto, sino lo que se espera que ellos hagan en cumplimien­to de su función. Queremos ver precisamen­te cómo se comportan ante esa situación y qué tan preparados se encuentran.

Dicho eso, más allá de pretender que respondan correctame­nte todas y cada una de las veces que tengan un micrófono al frente, la ciudadanía debiera estar especialme­nte atenta a la forma cómo estos personajes enfrentan aquellas inevitable­s veces en que se equivocan. No podemos quedar satisfecho­s si las respuestas son simplement­e que no se puede ser experto en todos los temas o, peor todavía, si consisten en insistir en la equivocaci­ón o en pedirle a otro que salga a enmendar su metida de pata.

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