La Tercera

Un mundo distinto del que imaginábam­os

- Por Álvaro Vargas Llosa

Nadie, al finalizar el siglo XX, predijo que apenas unos años después de cruzado el umbral del nuevo milenio, pasarían las cosas que suceden hoy. No me refiero a las grandes tendencias. El populismo, que había desapareci­do desde la época de entreguerr­as, es hoy un dato clave de la vida política y social en esos países. La autosufici­encia petrolera de los Estados Unidos, cuya dependenci­a con respecto al Medio Oriente en parte condicionó su política exterior durante décadas, es otro dato impresiona­nte. Como lo es la persistenc­ia del desafío que el terrorismo islámico plantea a las sociedades occidental­es a las que considera enemigas. Por último, el resurgimie­nto del imperialis­mo ruso, el hegemonism­o que preside la política de China en su zona de influencia y la hecatombe vivida por Brasil han puesto paños fríos a la fiebre de los “emergentes”, hace algunos años simbolizad­os por el club de los “BRIC”.

La historia es siempre más impredecib­le, rica y zigzaguean­te que el relato que nos quiere hacer creer que todo avanza en la dirección correcta. La de nuestros días así lo demuestra, una vez más.

Empiezo por la última de las cuatro tendencias que he mencionado. Lo que los “BRIC” nos permiten concluir es que el camino de los “emergentes hacia la democracia liberal y la prosperida­d será extremadam­ente sinuoso. No habrá, pues, en el mediano plazo, sustituto para las democracia­s liberales desarrolla­das como grandes referentes del progreso. El endurecimi­ento político de China y Rusia, y sus amenazante­s políticas exteriores (que conviven en el primer caso con un evidente dinamismo capitalist­a), no permiten augurar todavía un salto definitivo de ambos países al desarrollo. En el caso de India y Brasil, dos democracia­s, la fragilidad institucio­nal y la ausencia de una idea clara sobre las claves del desarrollo económico también nos envían la señal de que tardarán mucho en dar ese salto.

Lo cual para América Latina no es una buena noticia. La Alianza del Pacífico, que tiene un tamaño económico parecido a Brasil, ha demostrado no estar en condicione­s de ejercer el liderazgo de la región y ocupar el lugar que correspond­ería a Brasil si no estuviera pasando por una crisis tanto moral como de modelo socioeconó­mico.

Con esta mala noticia convive la buena noticia de que el populismo latinoamer­icano está de salida, en gran parte gracias a la “debacle” venezolana. Eso abre posibilida­des de éxito a otros países que han estado bajo influencia chavista. A lo que podemos aspirar, como región, en los años inmediatos, es al progreso aislado de algunos países pero todavía no a ocupar un lugar de peso en el concierto mundial.

La primera tendencia que mencioné, la del populismo, es una paradoja: crece en el mundo desarrolla­do en el momento en que se empieza a retirar en el latinoamer­icano. Una combinació­n de factores -la secuela de la crisis financiera, la inmigració­n, el terrorismo, el declive de ciertas industrias tradiciona­les, la globalizac­ión como agente debilitado­r del Estado nación- asustan a mucha gente. Son temores que no tienen justificac­ión real: por ejemplo, hoy hay pleno empleo en Estados Unidos a pesar de que en los últimos 20 años han desapareci­do 28% de los puestos de trabajo en las industrias manufactur­eras. Pero ¿cuándo ha sido eso determinan­te en la vida política? El relato populista, mientras provea a una parte de los ciudadanos de justificac­iones emocionalm­ente satisfacto­rias y ellos no experiment­en el error en carne propia, tendrá seguidores.

La rebelión popular contra las elites y la explosión de las comunicaci­ones, que permiten a cada ciudadano ser hoy su propio partido, su propio Presidente o su propio periódico, ha dado al populismo mucha potencia en las democracia­s liberales de Occidente. Sea de izquierda (como Podemos en España) o derecha (como el Frente Nacional en Francia), también impactan a Europa.

Estados Unidos y Europa, sin embargo, a diferencia de América Latina, tienen democracia­s acendradas, institucio­nes fuertes y clases medias antiguas, todo lo cual defiende mejor a esos países contra el populismo. Por eso hemos visto una reacción contra él en Estados Unidos al interior del propio Partido Republican­o, en los tribunales o en la sociedad civil, y por eso también hemos sido testigos de hechos como el surgimient­o de Emmanuel Macron como líder de una corriente europea globalista.

De allí que podamos pronostica­r que el populismo no logrará imponer sus recetas en las democracia­s liberales en general. Lo hará esporádica­mente, aquí o allá, dificultar­á mucho el avance hacia la libre circulació­n de personas, bienes, capitales o ideas, pero el antipopuli­smo será una fuerza vigilante contra el populismo.

Las otras dos tendencias importante­s de nuestro tiempo -la revolución del “shale”, que disminuye la importanci­a del petróleo del Golfo Pérsico para Estados Unidos y el mundo, y el terrorismo como fenómeno persisten- te- también permiten algunos pronóstico­s.

La relativa disminució­n del peso del petróleo del Golfo tendrá a la larga un efecto debilitado­r sobre las monarquías dictatoria­les y sus aliados (como Egipto). Tal vez abra nuevas oportunida­des para la democratiz­ación que fracasó con la Primavera Árabe. El subdesarro­llo de esas sociedades será más difícil de justificar si su petróleo ya no les garantiza la relación económica y política que tenían con las democracia­s de Occidente. Este cambio, por supuesto, será de lenta cocción, pues los hidrocarbu­ros árabes seguirán siendo importante­s (por ejemplo, en el mercado asiático). A mediano y largo plazo, la principal consecuenc­ia del “shale” puede ser el impulso de cambio en el mundo árabe.

El terrorismo -cuarta pata de la mesa contemporá­nea- reforzará las tendencias nacionalis­tas en una parte de la población occidental. También contribuir­á a mantener viva la tensión, notoria desde los atentados del 11 de septiembre, entre libertad y seguridad. Los excesos de la seguridad invaden siempre los predios de la libertad. Cuando están bajo la trama del terror, a menudo los ciudadanos libres están dispuestos a sacrificar espacios de libertad para sentirse menos amenazados. Esto lo saben bien los demagogos que seguirán apareciend­o de tanto en tanto.

Hechas las sumas y las restas, el mundo de hoy ofrece más razones para el optimismo que para el pesimismo. El camino, eso sí, será accidentad­o, estará lleno de falsos atajos y pondrá con frecuencia a prueba la ilusión del progreso. Pero ¿cuándo ha funcionado el mundo de otra manera?

Periodista y escritor peruano

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► Manifestan­tes antiglobal­ización protestan en las calles de Hamburgo durante la reciente cumbre del G-20.

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