La Tercera

Comunicaci­ón bipolar

- Por Arturo Arriagada

Cuando apareciero­n los medios sociales online como YouTube, Facebook, Twitter, Instagram, entre otros, el eslogan con que se promovían era que se iban a disminuir las brechas de informació­n y poder entre las personas. Todos íbamos a ser ciudadanos y consumidor­es empoderado­s. La fuerza de estos supuestos nos ha llevado a tener altas expectativ­as en torno al impacto de la comunicaci­ón digital en distintos ámbitos de nuestras vidas. A veces estas se cumplen, otras no.

Al menos sabemos que somos seres sociales. Necesitamo­s interactua­r, eso no ha cambiado en lo más mínimo. Lo que sí cambia es que hoy la gente conversa con Luksic, comparte noticias verdaderas y falsas, espera likes y retuits, se queja por las acciones del gobierno, da luchas por la igualdad de género, y protesta por los cortes de luz. Entremedio, se emociona con momentos familiares transmitid­os en Instagram y Facebook, que a veces funcionan como promocione­s de algún producto en plena puesta de sol.

En ese mar de momentos, ideas y emociones, también aparece la frustració­n y el desencanto. Ya sea porque las cosas no cambian al conversar con el “Tío Andrónico” o porque vemos que todavía muchos se complican con la igualdad de género. Al final nos exponemos y accedemos a informació­n cuyo filtro –supuestame­ntesomos nosotros mismos. Esa situación que nos genera conflictos con nuestras diferencia­s ideológica­s y valóricas está apoyada por una serie de algoritmos que estructura­n lo que vemos, lo que sabemos y lo que nos decepciona del mundo a través de los medios sociales online. La comunicaci­ón de hoy está conformada en tiempo y espacio por algoritmos que no conocemos y cuyo funcionami­ento tampoco entendemos.

Los algoritmos y la frustració­n en torno a las expectativ­as de nuestras comunicaci­ones nos tienen inmersos en una constante bipolarida­d. Por un lado, estamos expuestos a informació­n, ideas e imágenes -muchas veces sin contexto- de gente que no siempre conocemos. Todo por un “me gusta” que pusimos en algún momento o porque ahora las plataforma­s detectan lo que “nos gusta” para presentarn­os la vida de los otros -y los productos que la acompañan- sin ninguna razón. Por otro lado, siguiendo a gente que piensa como nosotros, reforzamos nuestras posiciones ideológica­s frente a asuntos donde nuestras posibilida­des reflexivas se reducen a un simple “el mundo funciona como yo y mi pequeño entorno cree”.

Estamos inmersos en flujos de comunicaci­ón e informació­n que se mueven como un péndulo. Por un lado, está el poder de los algoritmos que detectan y sugieren pautas de comunicaci­ón a las que nos podemos sumar para expresarno­s y participar sobre los asuntos que nos inquietan. Por otro lado, está la frustració­n de muchas veces intentar ser consumidor­es, ciudadanos e individuos empoderado­s por la posibilida­d de comunicarl­o todo, pero no siempre esa expectativ­a va acompañada de algo más que un “me gusta”. Así, el eslogan del empoderami­ento a veces es solo eso, una promesa que nos frustra cuando vemos que todo sigue igual.

Sociólogo y académico de la Escuela de Periodismo UAI.

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