A PABLO NO LE HACEN LA CAMA
que, curiosamente en la cancha, perdían la memoria. Me irrita el futbolista o el profesional que vocifera admiración por su jefe y en su metro cuadrado es cero aporte.
Dejé que el encuentro hablara por sí mismo, de él busqué las respuestas para los comentarios que me inundaron, de él extraje lo que quería obtener: la única verdad. ¿Qué vi? un grupo de jugadores leales a un entrenador, un equipo compenetrado en la lucha de un objetivo común, un Colo Colo que quería ganar y sin excepción, a once jugadores solidarios entre sí. La fidelidad con tu jefe o con el propósito se manifiesta con hechos concretos y no con promesas que se evaporan.
La primera deducción que recogí es que si algunos hombres del plantel querían voltear a Guede, ése era el partido, y no lo maniobraron. En el lugar donde lo debían apoyar y demostrar su adhesión al proyecto lo hicieron, en la cancha respondieron, punto. Las confrontaciones y quiebres que se divulgaron no se reflejaron en el juego, no vi a un equipo quebrado, ni tembloroso, ni con ausencia de sangre. Apareció un estilo de juego con un poderío ofensivo espléndido, un alto nivel individual repartido en cada una de las zonas y un trío como Valdés, Valdivia y Paredes que se dio incluso el gusto de jugar baby dentro del área rival.
Puede que el ruido externo sea cierto, que exista odio entre algunas almas, que aparezca envidia por la diferencia del cheque a fin de mes, que Mosa y Vial luchen por dentro, que Guede carezca de habilidades blandas para frenar conflictos... Puede que eso que escuché antes de la final sea real, puede que todas esas informaciones tengan una fuente confiable, pero en mi ejercicio de obstruir mis oídos y centrarme sólo en el partido de fútbol sin aliños externos, la conclusión objetiva es que a Pablo Guede, tal vez no lo quieran santificar, pero la cama no se la hacen.