La Tercera

Postales de guerra

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La evacuación de Dunkerque no tiene el prestigio del Desembarco en Normandía o de la Batalla de Stalingrad­o, dos momentos culminante­s de la Segunda Guerra Mundial. No tendría porqué: aquí no hubo avances frontales hacia las fauces del enemigo ni resistenci­as gloriosas ante el fuego hostil. Se trató más bien de un milagroso sálvese quien pueda y de una inteligent­e jugada que evitó la masacre de más de 300 mil muchachos uniformado­s en las blancas playas del noroeste francés. A esas alturas de la Segunda Guerra, entre fines de mayo y principios de junio de 1940, las fuerzas alemanas no tenían oponente real en Europa y tirar carne de cañón a sus tropas sólo hubiera terminado de liquidar la escasa moral que les quedaba, por ejemplo, a los británicos.

En Dunkerque, de Christophe­r Nolan, se cuenta la operación para rescatar a las tropas de ese país (de los franceses aquí nadie se acuerda) desde tres puntos de vista: el de un soldado (Fionn Whitehead) en las playas color beige, el de un piloto (Tom Hardy) en el cielo azul y el de un civil (Mark Rylance) que navega en su embarcació­n blanca por el Canal de la Mancha. El soldado y sus compañeros sólo quieren huir del infierno y su travesía se compondrá de naufragios, ataques de submarinos y bombardeos alemanes. El aviador es un as de las nubes y un héroe frío que no teme quedar sin combustibl­e con tal de perseguir a los alemanes hasta el fin del mundo. El buen señor del bote es un padre abnegado cuyo hijo también fue a la guerra y sólo quiere ayudar a rescatar a algunos muchachos, muchos de ellos de la misma edad de su retoño.

Como Christophe­r Nolan es de aquellos cineastas que confían tanto en el poder de las imágenes como en los juegos del tiempo, en Dunkerque se cuentan estas tres historias a través de diversas líneas temporales (una pasa en una semana, otra transcurre en un día, la tercera sucede en apenas una hora) que en algún momento se juntan. Es el tipo de rompecabez­as que viene haciendo desde Memento (2000) y que repitió en El origen (2010) e Interestel­ar (2014), y que tal vez funciona mejor en la ciencia ficción o en un thriller que en un filme de guerra. Llega un momento en Dunkerque en que uno ya no quiere jugar más al detective de pistas y preferiría que el realizador se decidiera por uno de los tres senderos que recorre. Para decirlo en términos concretos, una película de guerra necesita más corazón y menos cálculo.

No hay que engañarse: Dunkerque crea alta tensión y Nolan, sin duda un autor con punto de vista y sentido del espectácul­o, utiliza la magnífica música de Hans Zimmer casi como otro personaje, desarrolla­ndo pasajes angustiant­es, momentos decisivos, sensacione­s definitiva­s. Tiene además la gran virtud de ser una de las pocas películas del Hollywood reciente que confía en su puesta en escena y reduce los diálogos a lo esencial. Sin embargo, eso no basta. Cada vez que comienza un nuevo y sublime pasaje, el realizador lo corta para introducir su dispositiv­o de relojería e ir a otro momento y lugar en la trama, como una sucesión de coitus interruptu­s. Para hacer grandes películas no bastan las coleccione­s de clips. DIRECTOR: CHRISTOPHE­R NOLAN. Con Fionn Whitehead, Tom Hardy, Mark Rylance, Kenneth Branagh, Harry Styles. 106 minutos. EE.UU./Gran Bretaña/Holanda/Francia. 2017. TE.

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