La Tercera

Discrimina­ciones en la Cancillerí­a

- Juan Salazar Director ejecutivo de Ceperi y exembajado­r

El cónsul de Chile en Melbourne ha sido removido por opinar en las redes sociales respecto al monumento de un expresiden­te. Sin embargo, el embajador de Chile en Washington aparece en la prensa tratando la contingenc­ia nacional, sin que sea amonestado. Si la regla de oro es que los diplomátic­os, de capitán a paje, no hagan declaracio­nes sobre política interna, porque ellos debieran representa­r los intereses todo el país en el exterior, no correspond­e que un cónsul hable sobre cuáles son los estadistas que merecen estatuas ni que un embajador nos venga a regalar un análisis de la situación de la centroizqu­ierda. Ambos están errados, pero -desde hace un tiempo a esta parte- se estila en la Cancillerí­a hacer diferencia­s entre el “chipe libre” de un embajador “político” y las responsabi­lidades de un diplomátic­o (cónsul) profesiona­l. ¿A qué se debe esta discrimina­ción?

En primer lugar, la política chilena sufre un nivel agudo de polarizaci­ón. Algunos dirán que el clima crispado se da por la proximidad de las elecciones presidenci­ales, pero aquello no es algo nuevo ni especial para nosotros. Lo que hay es un sector político temeroso de perder el gobierno y que no cree en la alternanci­a del poder. Al decir de un analista, se está “pinochetiz­ando” la campaña para que la elección de noviembre sea equivalent­e al plebiscito de 1988. Incluso, la presidenta de la CUT (supuestame­nte una dirigente gremial) se ha dado la maña para decir que “nuestro trabajo es evitar que la derecha vuelva a gobernar”.

¿Y qué tiene que ver ese clima político con los embajadore­s y cónsules? La verdad es que a todo el mundo le ha dado ahora por hacer declaracio­nes. Y no digamos que los representa­ntes oficiales están muy preocupado­s del país, sino más bien de cómo posicionar­se en la coyuntura poselector­al.

En segundo lugar, la Cancillerí­a arrastra un proceso de politizaci­ón (intromisió­n de partidos) y de desprofesi­onalizació­n (militancia de funcionari­os), que se ha agudizado bajo el gobierno de la NM y que está arruinando el Servicio Exterior, base y factor de continuida­d de la política exterior. El servicio diplomátic­o está socavado por el clientelis­mo político, en razón de: la discrecion­alidad y abuso de la facultad presidenci­al respecto de los nombramien­tos (la carrera diplomátic­a no termina en el grado de embajador), la presión de los partidos políticos por colocar a sus “operadores” en embajadas y la Cancillerí­a, y en el hecho de que los embajadore­s “políticos” (por representa­r a partidos) se sienten inmunes respecto de los códigos y prácticas de la diplomacia. Este proceso ha tenido sobre los funcionari­os de carrera efectos nefastos: sus miembros más activos asumen la militancia partidista, en tanto que los más pasivos mantienen un perfil bajo y no hacen aportes mayores. El resultado es que falta una masa crítica entre los diplomátic­os.

Se requiere una reforma urgente de la Cancillerí­a, pero no el proyecto del gobierno que acentúa los vicios. De no ser así, la política exterior chilena seguirá dependiend­o de la improvisac­ión de los gobiernos de turno.

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