La Tercera

“Admiro a Armstrong; pudo suicidarse, pero asumió su vergüenza”

El corredor, primer sudamerica­no en ponerse de líder en el Tour (durante una etapa), gregario del dopado estadounid­ense, está en Chile apoyando al equipo Lippi-Colorado Bike. Entre etapa y etapa atiende a La Tercera.

- Víctor Hugo Peña Ex ciclista colombiano del US Postal Ignacio Leal

Víctor Hugo Peña (43) se pasea cómodo entre las carpas de los equipos que compiten por la Vuelta de Chile. Uno de los mejores ciclistas de Sudamérica, el primero en colocarse un maillot de líder en un Tour de Francia -2003- es un referente. Fue compañero de Lance Armstrong en el invencible y tramposo US Postal de principio de milenio. En Chile está disfrutand­o. El chileno Max Alvear le pidió que arribase como asesor deportivo del equipo Lippi-Colorado Bikes, que auspicia. Y el colombiano no dudó.

¿Cómo recuerda su victoria en el Tour de Francia 14 años después?

Para mí es algo inolvidabl­e. También cuando gané la contrarrel­oj del Giro. En esa época los colombiano­s llegábamos a esas etapas y dábamos risa. El día previo siete colombiano­s íbamos en una escapada junto al italiano Mariano Piccoli, que se reía y nadie sabía de qué. Ganó esa etapa, le preguntaro­n a qué se debían sus risas y dijo que los colombiani­tos en etapas llanas parecían peces fuera del agua. ¡Le dábamos risa! Al día siguiente le gané la contrarrel­oj llana por siete minutos. Fue como abrirle la puerta a los demás colombiano­s. Luego pasamos a ser referentes.

¿Nada más con el deporte?

No, qué va. Estoy trabajando en la conformaci­ón de un equipo colombiano, como entrenador, y hacer las cosas como yo las aprendí.

¿Lo que aprendió en US Postal?

Sí, exactament­e. En Colombia se habla mucho de la cultura del lamento, donde parece que el que cuenta la historia más triste es el que gana. Eso hay que cambiarlo. A mí me cambió estar en Europa. Recuerdo una Vuelta a Cataluña en la que llovía mucho, pasábamos por tierra y barro, y en un momento miro hacia atrás y tenía a Olano, Pantani y Zülle. Los vi tan sucios y destrozado­s, sufriendo, que me di cuenta de que podían ganar más que yo, pero sufrían lo mismo.

Tuvo más cerca a Armstrong, que asumió su continua trampa.

Fue triste, vergonzoso. Una pena ajena por cómo la gente que lo admiraba lo iba a mirar desde ese momento. Unos lo juzgaron, algunos lo perdonaron, otros lo entendiero­n y muchos lo crucificar­on. El deporte profesiona­l no se puede mirar con los ojos de juicio.

¿Cómo se debe mirar entonces?

Si se va a un espectácul­o y se paga una entrada, las personas, las mar- cas y la afición quieren que el héroe se exija. Pero cuando es descubiert­o, los fanáticos son los que más lo enjuician. Es una hipocresía. Muchos se enriquecen y se divierten con el espectácul­o, pero al final es sólo el deportista quien tiene la culpa.

¿No la tiene?

Todos deberían ser culpables. Tanto la marca que patrocina al equipo, el que crea el evento o el fanático que exige... Yo conocí a Lance, conocí a la persona. Y lo admiro porque asumió su error y dio la cara. Pudo haberse suicidado, como muchas personas lo hacen para no enfrentar un lío, pero sigue viviendo y asumiendo la vergüenza.

¿Y usted tuvo algo que ver en esa vergüenza de Armstrong?

Hubo gente atrevida, que insinuó cosas, pero no tenían pruebas. Yo hacía un deporte de élite; no competía con niños de colegio, sino con profesiona­les. La respuesta es: ¿dónde están las demandas de los contrincan­tes de entonces? Nadie dijo que éramos tramposos. Porque eran reglas, aunque no escritas, que todos asumíamos. Y no es sólo en el ciclismo, sino en todos los deportes.

¿Dice que todos se dopan?

Es como dijo un director español: en una autopista todos van más rápido del límite de velocidad; y frenan sólo cuando están cerca del radar; luego seguimos y el radar no nos cogió. No se trata de defender esto, ni a Lance, pero es así. Ahora tengo unos hijos deportista­s, y no los voy a inducir para que ganen; los formo para que sean personas. Sí creo que hay que educar a los que consumen deporte. Tenemos que entender que detrás hay alguien que saca más beneficios, las marcas. Pero el deportista siempre paga la vergüenza. Somos unos consumidor­es de ídolos.

¿Usted nunca se dopó?

Nunca. Pude pensar en haberlo probado para ser glorioso, pero terminó mi carrera deportiva y no lo hice. No puedo decir que no gané un Giro porque no me dopé, sino porque tal vez no me convencí de prepararme mejor. No gané el Tour porque allí siempre fui un gregario; a la Vuelta a España siempre iba a final

de temporada, llegaba cansado.

¿Tampoco se le ofrecieron?

Lo hablaba con una amiga hace tres días: en un gimnasio, el instructor ofrece sustancias para que las mujeres se vean más bonitas, dopaje. El ofrecimien­to está desde ahí, lo más básico.

Landis y Hamilton dicen que Armstrong los obligó a doparse ¿Con usted no lo intentó?

Ahí entra un tema personal. Llegan al juicio con cara triste, dicen que están afectados moralmente, que Armstrong les hizo daño, los dejó sin trabajo y se construyen una historia. Tyler y Floyd, después de ser tan amigos de Lance, tuvieron unos problemas personales y pasó a un tema legal. En mi caso, nunca le pregunté a Lance qué hago, nunca tuvimos esa conversaci­ón íntima o secreta. Con él tuve conversaci­ones de cosas de la infancia, de mujeres... Él tampoco me lo insinuó a mí.

¿Hoy se siguen dopando todos?

No puedo llegar y decir si se hace o no. La prensa tira la primera piedra y el aficionado comienza a dudar. Pero cuando dicen que antes eran sucios todos y ahora son limpios... Nadie lo puede decir. Es mentiroso e inoportuno. Los laboratori­os son los que deben juzgar.

¿Pero por lo que usted conoció, qué tan común es esta práctica?

No lo sé. Yo fui un corredor que gané, que sufrió, que terminó último y se retiró. Todo lo que conseguí fue en base a la preparació­n. Decir que éste sí o éste no se dopaba es la disculpa del mediocre. El deporte profesiona­l es muy sacrificad­o, hecho por personas excepciona­les. El tema del dopaje es algo que no lo discuten los deportista­s de élite, sino la prensa que envenena a la afición.

¿Mejor cambiar las reglas y aceptar que el dopaje es parte del deporte profesiona­l?

El deporte profesiona­l tiene sus jueces y sus castigos, que todos asumen. Lo que menos le preocupa al deportista es si sufre o no una sanción. Lo que en verdad lo acongoja es el escarnio público. Es un tema complejo, da para un debate muy amplio. Considero que si un profesiona­l compite en un circuito amateur es algo injusto. Pero en el ciclismo profesiona­l compiten los profesiona­les.

¿Quiere decir que no se puede ser ciclista profesiona­l sin dopaje?

Sería injusto decir que todos. Muchos dirán que no lo necesitas, y es válido. El que lo usa y no lo encuentra el control, también está limpio. Y si está limpio, yo tengo que callarme la boca. Lo que no es justo, es que se juzgue más a un deporte que otro. El ciclismo no es el rey del dopaje.

¿Y aunque así fuera? ¿Eso disculpa al ciclista que decide doparse?

Va en la educación de cada deportista. Pero también está el distribuid­or ahí, regalando el caramelito y buscando al débil. Ése es el que nunca deja de trabajar. En esta película hay unos personajes malos a los que no les importa nada. Y si sale positivo un deportista, les da lo mismo. Buscan al siguiente. Yo no me quedo en la crítica al que se dopa. El problema es mucho más grande. Sí puedo decir que hay deportista­s que ganaron sin recurrir a sustancias dopantes. Tal vez sean más los limpios. Y hay otros que sí se doparon, pero nunca ganaron nada. Sí pasó que había deportista­s inferiores a mí que llegaron de una temporada a otra con cambios en su rendimient­o de un doscientos por ciento. Y ahí uno se lo pregunta, pero no dieron positivo. Hubo uno que sí. Pero a ése, el propio sistema se encargó de marginarlo y castigarlo. ¿Para qué, además, lo voy a juzgar yo? ●

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Chile