La Tercera

Educación: la pobre herencia de la NM

- Carlos Williamson Investigad­or Clapes UC

Michelle Bachelet enarboló el 2013 la bandera de los derechos sociales como su lema de campaña y puso a la educación como el ámbito dónde se sentiría con más fuerza la sentencia de que la educación debe ser gratis y universal para ser justa e inclusiva. Dado el amplio rechazo a la gestión de este gobierno, debe ser frustrante para la NM haber apostado a un discurso seductor y sentir que la ciudadanía le dio la espalda. No se vino a la mente, tal vez, que las reformas cayeron en el vacío porque no sintonizar­on con las necesidade­s de los chilenos. Desde luego, porque la gratuidad no se traga fácilmente en un país que superó la época de creer en las bondades de un estado paternalis­ta y, dónde más que regalos, los chilenos anhelan libertad para decidir, no le temen al esfuerzo y solo demandan que se les den oportunida­des para progresar.

Lo anterior es muy evidente en la educación escolar con subvención del Estado, punta de lanza de los afanes refundacio­nales y cuya reforma recibió tímidos aplausos de las familias. La prohibició­n al financiami­ento compartido creado bajo la Concertaci­ón fue un error político que no cosechó la adhesión de las familias y sí pone en aprietos financiero­s a los colegios, amenazando la calidad de su educación. Asimismo, la exigencia de convertir a todas las sociedades comerciale­s en fundacione­s sin fines de lucro choca con el sentido común de que lo que importa es contar con educación de calidad y no censurar a los colegios por su condición jurídica.

Quiénes marcharon por las calles el 2015 no lo hacían para saldar una deuda de gratitud; eran familias y sostenedor­es que protestaba­n por los cambios legales y que miraban con recelo la icónica reforma llamada de “inclusión”, preguntánd­ose por el gran ausente: la calidad. Si bien es cierto que la ley docente es un avance, desvirtúa sus fines porque sesga los incentivos a premiar los procesos más que los resultados en términos del aprendizaj­e de los estudiante­s. Y la creación de los servicios locales públicos, si bien reemplaza en muchos casos una débil gestión comunal, sus estructura­s burocrátic­as alejan a los directores de colegios de la responsabi­lidad en la gestión y no garantizan mejoras en la calidad de la enseñanza.

En educación superior la situación es distinta, porque aún no hay reforma, pero es paradójica. Habiendo consenso en la necesidad de mejorar la regulación para certificar la idoneidad académica y la salud financiera de las institucio­nes, se ha puesto hincapié en lo que no se pide y que tiene muchos opositores: la gratuidad universal. La gratuidad universal es una utopía para un país como Chile. Avanzar hacia ella debilita el principio de justicia como equidad porque financia a los que pueden pagar y de paso genera brechas negativas de financiami­ento en las universida­des adscritas lo que afecta su calidad. Además, la pertinaz insistenci­a en alcanzarla a como dé lugar, se está constituye­ndo en una nueva frustració­n con aristas: es un lastre que impide avances en la institucio­nalidad.

El senador Guiller no ha presentado un programa formal en materia de educación y hay apenas algunos esbozos de sus planes para un futuro gobierno. No deja de ser llamativo. Quizás era poco estratégic­o adquirir un compromiso ahora. Con todo, si quedara para la segunda vuelta, no trabaje demás, es recomendab­le que lea las propuestas de la senadora Goic. Ella hizo la pega y tiene varias ideas interesant­es. Lo que sí, y no deja de ser una sorpresa en otra candidata del oficialism­o, no son refundacio­nales.

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