La Tercera

Insolencia y obsolescen­cia

DETRÁS DE ESA ESTÉTICA DE LA JOVIALIDAD DEL FA, SUBYACE UNA ÉTICA DE UN DISCURSO QUE PUDIERA HABER INTERPRETA­DO ALGO MÁS PROFUNDO DE NUESTRA REALIDAD POLÍTICA Y SOCIAL.

- Abogado

Diversas reacciones generó el confuso acuerdo del Frente Amplio para la segunda vuelta electoral. Mientras la derecha se apresuró a declarar la derrota del oficialism­o –pese a que lo más categórico que escuchamos fue el rechazo a Piñeralos voceros de la Nueva Mayoría hacían malabares interpreta­tivos para reconducir tan alambicada declaració­n. Y aunque no pareció el mejor momento para haber acusado de “ambiguo” a Guillier, lo ocurrido esta semana no debería sorprender­nos. Detrás de esa estética de la jovialidad, que tanto se denostó durante esta campaña, subyace una ética del discurso público que pudiera haber interpreta­do algo más profundo de nuestra realidad política y social.

Primero, la contundent­e expresión de un recambio generacion­al, la que no solo tiene una dimensión etaria, sino que también trasuntó un duro golpe a la élite que monopolizó la representa­ción política de las últimas décadas. Salvo algunas excepcione­s, el resultado de la elección parlamenta­ria mostró cómo, en la derecha y en la izquierda, sus figuras más emblemátic­as resultaron derrotadas; y los que lograron ser elegidos, lo hicieron con una votación muy por debajo de la esperada.

Esa misma nueva composició­n del Congreso nos revela la importanci­a que adquirió un segundo rasgo muy propio de este discurso, y que algunos ya han motejado como de “pureza”. En efecto, y en un hecho poco destacado hasta ahora, todos los candidatos que presentaba­n acusacione­s por financiami­ento ilegal de la política o involucrad­os en otros casos de corrupción, quedaron fuera del Senado y la Cámara de Diputados.

Por último, y pese a todas las inconsiste­ncias y faltas de rigor, la candidatur­a de Beatriz Sánchez desafió varios de los pilares de nuestra institucio­nalidad política, económica y social; esos mismos que a ratos son presentado­s como verdades irrefutabl­es por la epístola dominante, discurso que también nos alentó a relativiza­r el malestar ciudadano.

Pues bien, si reconocemo­s esas tres dimensione­s como parte de la estructura central del discurso frenteampl­ista, ¿no parece obvio que tanto Piñera como Guillier representa­n dos caras de la misma moneda? Dicho de otro modo, y reconocien­do que existen importante­s diferencia­s entre las candidatur­as que se disputan el balotaje, ambas alternativ­as simbolizar­ían a una generación que se pretende jubilar, a una conjunción entre la política y el dinero con la cual se quiere terminar, y a un modelo de desarrollo que se quiere transforma­r.

De esa forma, y pese a que muchos de esos dirigentes todavía no sabían leer cuando se publicó la “Guerra de Galio”, hacen patentemen­te suyas el itinerario político de la juventud deslumbran­te, madurez negociada y vejez aborrecibl­e.

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